Pandemia y precariedad del orden social

Por Cristina Rodriguez Grioni
Practicante del Psicoanálisis. Miembro de Colegio Estudios Analíticos


El malestar en la cultura, de Sigmund Freud, es un texto que ofrece diferentes recorridos o coordenadas de lectura. Yo elegí uno que entiendo me puede ayudar a pensar sobre este tiempo nuestro, sacudido, atravesado por la insoslayable pandemia y por ciertos efectos que ésta ha provocado.
En este ensayo, Freud enumera las causas del padecimiento humano: “El sufrimiento nos amenaza por tres lados: desde el propio cuerpo que, condenado a la decadencia y a la aniquilación, ni siquiera puede prescindir de los signos de alarma que representan el dolor y la angustia; del mundo exterior, capaz de encarnizarse en nosotros con fuerzas destructoras omnipotentes e implacables; por fin, de las relaciones con otros seres humanos”. Dicho de otro modo por el propio Freud: caducidad de nuestro cuerpo, supremacía de la naturaleza e insuficiencia de nuestros métodos para regular las relaciones humanas en la familia, el Estado y la sociedad.
Se me ocurre que la pandemia cabalga entre estas causas de sufrimiento. Por un lado, porque el Covid-19, desde el mundo exterior pero también desde el propio cuerpo, nos enfrenta con la enfermedad y la muerte. Por otro lado, porque ha tenido implicancias en las relaciones humanas en todos los niveles de la sociedad y la cultura.
Se sabe que todos los recursos que se ha dado el hombre para defenderse de ese padecimiento provienen de la cultura. Un rasgo característico de ella que me interesa mencionar en esta oportunidad tiene que ver con la forma en que son reguladas las relaciones sociales, es decir, las relaciones de los miembros de esa sociedad entre sí: los vínculos con vecinos, colaboradores, familiares, pareja, hasta llegar al Estado mismo. Esa regulación le corresponde a lo jurídico y a todo el orden institucional tal como funciona: hay muy pocas relaciones entre las personas que no estén ordenadas, condicionadas por un contrato, regla o requisito. De no ser así, estos vínculos quedarían librados a la voluntad de cada individuo. Dice Freud que la cuestión oculta en todo esto es que el hombre es un ser en cuyas disposiciones pulsionales existe “una buena porción de agresividad” y que la relación con el semejante está condicionada por esta hostilidad primordial; el prójimo no solo es un amigo, un colaborador, etcétera, sino también el destinatario de esa tendencia agresiva que busca ocasionarle sufrimiento, martirizarlo, matarlo. “Debido a esta primordial hostilidad entre los hombres, la sociedad civilizada se ve constantemente al borde de la desintegración” (Sigmund Freud, El malestar en la cultura, 1930).
Agrego aquí una cita que viene perfectamente a cuento:
“Toda la realidad social es precaria, todas las sociedades son construcciones que enfrentan el caos. La constante posibilidad del terror anómico se actualiza cada vez que las legitimaciones que oscurecen la precariedad están amenazadas o se desploman” (Peter Berger y Thomas Luckmann, La construcción social de la realidad, 1966).
Entonces, ante las situaciones de extrema violencia que vemos a diario en la calle y en los medios, me pregunto si la pandemia no ha venido a debilitar la eficacia de lo cultural e institucional en esta regulación. Quizás podríamos ubicarla dentro de las causas que echan luz sobre esa precariedad del orden social, uno de cuyos efectos es el relajamiento del tejido social que soporta o sostiene ese equilibrio inestable en el que se desenvuelve la existencia en comunidad.


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