Inocencia pretendida. Reseña de "Deuda y existencia" de Levy Gabriel


Por Federico Berlanda

Practicante del Psicoanálisis. Miembro de Colegio Estudios Analíticos






En la clase del 7 de enero de 1954 en su Seminario I, Lacan se formula la siguiente pregunta “¿Qué significa la asunción por parte del sujeto de sus propias vivencias?” (Lacan, 1954, p. 64).  Pero ¿Qué implica asumir? ¿Qué posición podría tomar un individuo respecto de sus palabras al decir “me lo merezco, es mi derecho”, “no tuvo responsabilidad afectiva conmigo”, “me usó”, “yo le di todo y se fue”, “mi psico me dijo que haga…”?

Con el fin de no sacar conjeturas apresuradas, intentaré desmantelar estas preguntas detenidamente, con algunos hallazgos que surgen tras la lectura de un trabajo de Gabriel Levy titulado Deuda y Existencia y que pueden encontrarlo en la Revista ABC La cultura del Psicoanálisis N.º 3 “German García Los ecos de un nombre”. Cito: “Se puede vivir como acreedor, denegando el hecho de que la vida nada nos debe” (Levy, 2019, p. 74). Frase que permite al autor abrir implícitamente el paso al terreno de la “responsabilidad” del sujeto, en latín responsum (una deuda contraída). Pero, ¿de qué deuda? Deuda de tener una vida y soportarla, de existir, de un goce. Dicho de otra forma, responder a ningún deber más que al ser culpables del deseo. Pero ser culpables del deseo, nos deja en una acuciante paradoja, porque responder o no responder al deseo, siempre queda un resto… la culpabilidad.

¿Qué hacer con la culpabilidad? ¿Qué sucede si la culpabilidad se convierte en un acto, en el que el sujeto busque redimirse? Prevalece la conciencia moral de la que habla Freud en su texto Los que fracasan cuando triunfan, que también puede figurarse como otro de los modos de excusarse/excluirse, porque el sujeto intenta hacer un pago con culpa (que no es deuda) ante su deseo, a pesar que el pago sea imposible porque no hay un lugar a donde “depositar el saldo”. Pero cuidado, tampoco se trata de expiar culpas o extirpar algún tipo de verdad oculta, cual confesión clerical.

¿Y si la culpabilidad es llevada al individuo, a comportarse como acreedor con la vida? Se hace presente la figura de Ricardo III de Shakespeare, que Freud releva en “Las «excepciones»“ y que se encarga de mostrarnos que todos podemos presentarnos de esta forma, por el hecho de querer proteger la imagen del narcisismo supuestamente mal-hecho, dañado, manchado, dicho por Freud: “Creemos tener pleno fundamento para poner mala cara a la naturaleza y al destino a causa de daños congénitos y sufridos en la infancia; exigimos total resarcimiento por tempranas afrentas a nuestro narcisismo, a nuestro amor propio” (Freud, 1916, p. 322).  El destino, dios, los padres puede ser el chivo expiatorio que pague todo el mal que habita en cualquiera de nosotros o sencillamente que reafirmen la pena. Lo que Lacan menciona en Psicoanálisis y medicina como “autentificar” la demanda en una consulta:

“A veces viene a demandarnos que lo autentifiquemos como enfermo, en muchos otros casos viene, de la manera más manifiesta, a demandarles que lo preserven en su enfermedad, que lo traten de la manera que le conviene a él, la que le permitirá continuar siendo un enfermo bien instalado en su enfermedad." (Lacan, 1966, p. 91).

¿Qué otra posición frente a su discurso puede tomar un sujeto por ser culpable del deseo?  Lo que Levy menciona como postura de candidez, es decir un sujeto que se fía en los otros, una pretendida inocencia, que actúa de buena fe, en palabras de Cotta Sergio en su trabajo La inocencia y el derecho “... se confía en los otros porque su inocencia le es suficiente” (Cotta, 1970, p.41). Es decir, que se podría actuar con una pretendida libertad sin límites por una supuesta ignorancia, intentando excusarse de cualquier dirección que tome su deseo. “No tuvo responsabilidad afectiva conmigo”, “Yo le di todo y se fue”. Son los otros los que “abusaron de su confianza” y son la causa de cualquier frustración imaginaria que apareciese. ¿Y en un análisis? Bien podría suceder que se excuse de sus dichos bajo una conciencia escrupulosa y heterónoma, buscando pedagogos (“mi psico me dijo que haga”), orientadores. O bien confiar que, por ejemplo, un análisis pudiera pagarse solo con dinero y no con sus palabras, pudiendo bien demandar “algo” a cambio, ¿una bendición?, ¿gozar de algo sin límites, gratis? (como anteriormente mencioné) “Me lo merezco, es mi derecho”.

Estas formas variadas de presentación, son parte de la retórica de la queja neurótica, “pasión compensatoria” de la que habla Levy, o pasiones travestidas de intereses, como enseña y demuestra Hirschman en su libro Las pasiones y los intereses que no hay “juegos inocentes” sino personas que quieren jugar a ser inocentes, en palabras del autor: “Pero la idea de que los hombres en persecución de sus intereses serian eternamente inofensivos solo fue abandonada por completo cuando la realidad del desarrollo capitalista se hizo evidente” (Hirschman, 1978, p. 130). De esta manera podemos preguntar: ¿La pasión por la justificación es un síntoma social de una época determinada? No, lo que varía son las figuras retoricas y las posiciones subjetivas frente al malestar de la civilización. Basta recordar lo que escribe Freud en De guerra y muerte, dice: “Se sirven a lo sumo de interés para poder racionalizar las pasiones, ponen en primer plano sus intereses para poder fundar la satisfacción de sus pasiones” (Freud, 1915, p. 289).

Cualquier motivo sirve para verse ajeno a cualquier aspiración celosa o egoísta, “quien se ve precisado a reaccionar constantemente en el sentido de preceptos que no son la expresión de sus inclinaciones pulsionales -entendido esto en su aplicación psicológica – por encima de sus recursos y objetivamente merece el título de hipócrita…” (Idem, 1915, p. 286).  ¿Y qué significa que una persona se comporte con hipocresía? Significa que responda con máscaras (en griego hypo significa "máscara" y crytes que significa "respuesta") presentándose con intereses “nobles”, aun cuando estos impliquen responsabilizar al otro como causa, como responsable de su condición. Hipocresía que lo aliena a sí, como vestigio del escrúpulo.

Para ir terminando con “Deuda y Existencia”, retomo un apartado que responde a mis preguntas iniciales. Precisa Levy: “Tenemos las “excepciones”, con su correspondiente pasión compensatoria, regidas de diversos modos por la excusa que justifica cualquier ejercicio del mal sobre los otros, aunque la Providencia no siempre está a la altura” (Idem, 2019, p.75). Y agrego… la providencia no es la del analista, que, por medio de encerronas cargadas de agresividad, intente que el analizante, asuma sus vivencias. Porque la condición del mal, es la conciencia de la libertad con la que cada uno debe enfrentarse.




Bibliografía:
Freud, S. (2013). Obras completas. (2°ed. 15 reimp). Bs. As: Amorrortu editores. Vol. XIV. (1914-1916). Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico. Trabajos sobre metapsicología y otras obras.
Hirschman, A. (1978). Las pasiones y los intereses. México: Fondo de cultura económica. 
Lacan, J. (2008). El seminario. Libro 1. Los escritos técnicos de Freud. (1º ed. 11 reimp). Buenos Aires: Paidós.
Levy, G. (2019). Deuda y Existencia. En ABC La cultura del Psicoanálisis N.º 3 “German García Los ecos de un nombre”. Ediciones RSI. Buenos Aires. 2019.
Castelli, E., Cotta, S., Hanafi, H., Kerenyi, K., Mackinnon, D., Panikkar, R., Scholem, G., Vereno, M. y Waelhens, A. (1970). El mito de la pena. Venezuela: Monte Avila Editores C. A.
Lacan, J. (1966). Psicoanálisis y medicina. En Intervenciones y textos. Buenos Aires: Manantial. 1985

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