Cuando falta la falta: El signo del espejo, “un curioso síntoma”.
Por Silvia Conía
| Psicoanalista. Miembro de Colegio Estudios Analíticos
| En el transcurso del trabajo de este año, en Colegio Estudios Analíticos, en la enseñanza dirigida por Gabriel Levy, nos encontramos abordando el Seminario La Angustia de Jacques Lacan. Nos abre a numerosas cuestiones clínicas y una fundamental: la necesidad lógica de que en cada ser hablante se ubique la relación a una pérdida irreductible, dicho de otro modo: haber tenido la experiencia de una separación del objeto de goce. Tal como lo ha resaltado en su investigación del año 2022: El psicoanálisis a partir de Lacan, María del Rosario Ramírez, esa falta no está garantizada, no siempre está en función, con consecuencias en la modalidad que toman los síntomas. Precisamente es, al abordar el problema de la angustia y todas sus variables, cuando Lacan destaca la importancia de esa falta en el sostén del imaginario, en el sostén de la imagen con la que nos ubicamos en el mundo y que, por lo tanto, si esa falta falta aparecen anomalías. Es de importancia en nuestra práctica los indicios clínicos de tal problema.
Conocemos lo crucial que es para todo ser hablante esa
primera experiencia subjetiva que Lacan ha llamado el Estadio del Espejo. Conforma ese paso decisivo en la posibilidad
de la identificación a una imagen de la cría humana, con el soporte simbólico
que ubica en un Otro, quien avala, da consentimiento a aquella, pero puede no
darlo.
Pero desde el inicio de la partida, algo no será aprehendido
por el efecto de la simbolización, no se especularizará y quedará profundamente
investido en el cuerpo propio. Esa imagen, esa ortopedia que nos sostiene
virtualmente en el mundo, está ya, marcada por una falta. Ese resto queda como
una reserva libidinal. Tiene una función fundamental como instrumento en la
relación con los otros. Lacan lo llama “un alimento que anima”, la imagen del
cuerpo en su función seductora [subrayado propio]. Esa falta, llamada en
este momento por Lacan como (- phi) es un nombre de la castración. Este punto
será mantenido por Lacan en toda su enseñanza, especialmente cuando tomará
relevancia el problema del goce y el cuerpo en el ser hablante. Será por ese
resto, que la imagen tendrá una determinada consistencia y lo investirá, lo
vestirá, función del hábito, que ama al monje como recordará en 1972, en Aún.
Allí dirá que lo que hay debajo, el cuerpo, quizá no es más que ese resto,
objeto a. Pero, entonces, destaquemos: es importante que esté investido, por lo
cual, si la imagen es lábil, precaria, de una estofa demasiado liviana, puede
permitir traslucir ese resto que no conviene que se vea.
¿Qué ocurre si eso destinado a no verse se ve? ¿si en ese lugar correspondiente a una falta aparece algo?
Nos introducimos así en un campo de la clínica en el que
aparecen fenómenos relativos a la imagen que pueden comportar un sufrimiento
para los sujetos.
Escuchamos innumerables variables de las inquietudes respecto de la imagen del cuerpo propio, con variopintas presentaciones, tonalidades e intensidades. Dificultades para presentarse en el mundo, en la relación con los otros, recordemos la función de seducción que tiene la imagen en la vida amorosa o en el lazo social en general (sabemos la importancia que hoy se le adjudica a la “presentación”, al “perfil”). Desde preocupaciones demasiado insistentes hasta torturadas por el cuidado de esa imagen, desde inhibiciones hasta el radical rechazo de esta.
Mirarse en el espejo no siempre es una experiencia cotidiana
irrelevante, a veces puede tomar el cariz de un padecimiento, que se extiende
como problema en la vida de alguien ya que los otros son un espejo constante.
Testimonios de que hay algo que no marcha en este campo los encontramos en la historia de la psiquiatría y el psicoanálisis, y, en la contemporaneidad se le ha dado importancia en algunas presentaciones graves de síntomas. Entre estos últimos, relevamos a Jean Claude Maleval cuando se ocupa de los signos a tener en cuenta para pensar en Psicosis ordinarias o Doménico Cosenza, en su tesis del cuádruple raíz del rechazo en la anorexia mental, y por estos pagos, a desarrollos de Nieves Soria.
En la psiquiatría
Paul Abely en 1927 y Achille Delmas en 1928, relevados por
J.C. Maleval en Coordenadas para la psicosis ordinaria, son los primeros
psiquiatras franceses que estudian el comportamiento de los enfermos mentales
ante un espejo.
Teniendo en cuenta los desarrollos de Wallon y Lacan,
podemos reconsiderar estos trabajos.
Abely, discípulo de Serieux, Capgras y Henry Claude, trabajó con Clérambault en la Enfermería especial de la Prefectura de París.
Abely observa un “pequeño signo clínico” cuya mención no la
hallaba en ninguna literatura psiquiátrica hasta entonces y lo llamó “el signo
del espejo”.
En 1930, publica en Anales médico-psicológicos, el texto: El signo del espejo en las psicosis y más especialmente en la demencia precoz. Corresponde a una presentación de enfermo en la Sociedad médico psicológica en 1927. Allí señaló la presencia de, lo que él llama “un curioso síntoma”, con gran frecuencia en el período premonitorio de la demencia precoz, hasta el punto de constituir una señal de alarma.
Relevado por Eduardo Mahieu, en su Seminario “Nociones de la psiquiatría francesa”, nos enteramos de que fue a partir de la observación clínica de uno de sus pacientes en el asilo de Prémontré, que va a establecer su signo. Aquél mostraba un proceso de feminización psicótica con la tendencia a mirarse en el espejo. El 18 de julio de 1927, publica una observación que titula “Estados esquizofrénicos y tendencias homosexuales”. Recoge una estereotipia particular, el paciente dice “mirarse como las mujeres”, Abely le llama un “narcisismo particular”.
Es interesante considerar la historia y el contexto del
desarrollo de este tema pensando en lo que luego hará Lacan y considerará la
“escobilla” con la que ingresa al psicoanálisis, su Estadio del Espejo. En este
punto, David Allen quien presenta junto a Jacques Postel la colección de
textos: “Textos esenciales de la Psiquiatría”, destaca que todos estos
trabajos entre los años ’27-’30 en servicios de París, estas discusiones acerca
del espejo y especialmente las consideraciones de Abely, no habrían sido
desconocidas por Lacan y probablemente han contribuido a su fundamental
elaboración.
En 1929, Achille Delmas publica “El signo del espejo en la
demencia precoz”, y se generan discusiones entre grandes personajes de la
psiquiatría francesa acerca de si considerarlo un signo patognomónico o no de
la demencia precoz, entre ellos, Pierre Janet, Séglas y Revault d’Allons.
Mientras tanto, Abely se presenta más interesado en escuchar los dichos de los
pacientes que observaba y además introduce el término, esquizofrenia, acuñado
por Bleuler y que era de difícil ingreso entre los psiquiatras franceses.
Abely explica que el signo consiste en la necesidad que
experimentan ciertos sujetos de examinarse larga y frecuentemente delante de una
superficie que los refleje, tanto el rostro como el resto del cuerpo. Relata
entrevistas con los familiares de los, aproximadamente treinta casos en los que
se basaba ese trabajo, quienes comentan acerca de estas actitudes que
observaban en el paciente en cuestión. La investigación consistió en repartir
espejos de bolsillo a pacientes lúcidos y no susceptibles de impulsos suicidas
e instalaron un gran panel espejado en el baño donde iban a asearse. Va
describiendo la actitud de cada uno de los pacientes, algunos se admiraban con
complacencia, otros con indiferencia, los melancólicos se miraban furtivamente
y se alejaban con gesto de espanto. A uno de ellos lo forzaron a detenerse con
la reacción de un paroxismo nervioso, se tapaba con las manos para no ver y en
cuanto separaba los dedos, retrocedía, al ver su imagen, profiriendo: “¡qué
horror!”
También fue variable la actitud en relación con el espejo de
bolsillo. Algunos lo devolvieron rápidamente. Es interesante y llamativa, la
reacción de los melancólicos. Uno de ellos le suplica que lo libere de ese
martirio: “…a mi pesar me veo obligado a mirar mi rostro y es demasiado
penoso ver en lo que me he transformado; ¡cuanto más me examino, más me parece
que tengo una cara de pato!” Otro lo
había ocultado debajo de la almohada y cuando se miraba se ponía a llorar.
Mientras que una paciente maníaca, lo había colgado en la pared se miraba y
comenzaba a cantar ópera, gesticulando sin cesar. En cuanto a los dementes
precoces, que sí se contemplaban, destacan uno con una particular reacción: lo
encuentran acurrucado en un rincón, atrozmente maquillado con yeso que había
arrancado de la pared, los ojos pintados con lápiz que usaba para escribir y
los labios, rojos, probablemente usando un labial que habría mendigado el día
anterior a un visitante. Abely lo considera un payaso de carnaval, quien
se encontraba muy preocupado, taciturno y claramente hostil. Más tarde,
escribirá cartas a perfumeros parisinos reclamándoles productos de belleza.
Cuando se le sacó el espejo seguía mirándose en alguna otra superficie
reflejante. Otro se miraba delante del espejo y se empolvaba todo el cuerpo.
Otro caso, un joven de veintiún años que trabajaba con un
espejo siempre a su lado, decía que era para que le hiciera compañía. Pasaba
horas enteras delante del espejo y se frotaba las mejillas con energía para que
tomaran color, “como las mujeres”.
Abely puede explicar este signo por tres hipótesis: una,
que, quizá se encuentren en estas personas ciertos sentimientos de inquietud y
de transformación de la personalidad que los lleva a verificar, a controlar
algo en su rostro y fisonomía. En segundo lugar, aquellos que encontraban
gesticulando o con carcajadas ante el espejo, presentan un núcleo de autismo
con soliloquios, encontrando en su imagen un interlocutor dócil y mudo que
favorecería su evasión. Y en último lugar, lo que considera como lo más
importante: se trataría de un trastorno en la esfera sexual. Encuentran en
estos pacientes, frecuentemente, masturbaciones desenfrenadas y tendencias
homosexuales. También, manierismos con ostentación sexual, bouffées eróticas
manifiestas y muy habitualmente, el fenómeno del maquillaje con la necesidad de
mirarse.
Este signo conlleva diversos estadios que podemos resumir en
dos: desde esa observación incesante hasta el rechazo de la autoscopía.
La experiencia que realiza Abely, detallando los pacientes a los que observó y sus diagnósticos: esquizofrénicos, maníacos, melancólicos, es importante en el punto en que luego de encontrar el signo, eleva el problema a una dimensión transnosográfica con sus tesis explicativas.
Con el psicoanálisis
Considerando esta experiencia de Abely, así como la que
nuestra propia práctica puede enseñarnos, el discurso del psicoanálisis con la
enseñanza de Lacan nos ofrece elementos para encontrarle la lógica estructural
en juego.
Recibí a Esteban durante más de 20 años en una institución
hospitalaria. Presentaba serias
dificultades para andar por el mundo, se aislaba, no había podido sostener
algún trabajo ni ninguna otra actividad simbólica. Durante mucho tiempo solo
refería que al encontrarse con otros era preso de lo que él llamaba una intensa
ansiedad. En la sala de espera aguardaba siempre cabizbajo y como escondiendo
su cabeza lo más posible. En una
oportunidad decide entregarme algo que nunca había podido decirme pero que lo
atormentaba desde su adolescencia: no podía soportar su cara, consideraba que
portaba una fealdad intolerable para él como para otros, de modo que ni podía
mirarse en nada que pudiera reflejarlo ni andar por la calle, ya que la mirada
de los otros le recordaba lo que, con tanto esfuerzo, prefería desconocer,
intento siempre fallido ya que la fealdad se le hacía eternamente presente. Fue
evidente que, al menos, en nuestros encuentros algo se atemperaba ya que pudo
mantener ese vínculo en todos esos años.
¿Qué nos indica la autoscopía y luego, su rechazo? un empuje constante a verificar la imagen en
el espejo, una inercia subjetiva que intenta reparar lo que no ha estado
conformado en el proceso de las identificaciones. El yo no ha sido falicizado.
Tal como decía al principio, el Otro no siempre autentifica positivamente, no
siempre da su consentimiento, no siempre la experiencia es jubilosa. María, adolescente portadora de una belleza
indudable, padecía de momentos anoréxicos y no podía sostener vínculos. Un
recuerdo infantil presenta una eficacia poderosa: a los 7 años, llega de la
escuela contenta, a contarle a su madre los comentarios elogiosos que había
recibido acerca de lo linda que era, ante lo cual la aquella responde con el
conocido refrán “y…en el país de los ciegos el tuerto es rey”, sin
entender con precisión el sarcasmo dada su corta edad, interpretó con exactitud
la desvalorización que resonaba en el dicho materno.
Es cierto que esa identificación siempre puede presentar un
punto de disconformidad, la histeria lo testimonia, es habitual el gesto de
mirarse en cualquier vidriera que esté al alcance y, hoy en día, en la imagen
que devuelve la pantalla en los dispositivos de comunicación virtuales. La
diferencia está, en que, en este caso, el sujeto puede apartarse de lo que percibe
y seguir su camino, no es así cuando nos encontramos con la falla estructural
de la que hablamos, de allí la inercia.
Luego, en el rechazo de la autoscopía, es relevante lo que
cada uno dice. Abely los consideró: recordemos sus melancólicos, entre ellos,
el que el espejo le devolvía una “cara de pato” o aquel que suplicaba terminar
con esa experiencia que le era un suplicio. Aquí ese objeto, ese resto que
debería estar revestido, investido, como la imagen es vacilante, permite que se
trasluzca, surgiendo un horror angustiante.
Hay otra observación que requiere nuestra atención: aquellos
pacientes que intentaban maquillarse, o recurrir a actos bizarros (ya
descriptos) para parecerse a mujeres. Maleval propone se trata de un recurso
defensivo del sujeto intentando llevar el goce disruptivo al semblante: empuje-a-la-mujer.
Lo encontramos claramente en el profesor Schreber cuando pasaba tiempo
desnudo delante del espejo y ornamentándose con cintas de colores al estilo de
las mujeres. En este caso, cuando la psicosis ya es expresa, el sujeto se
esfuerza para lograr que la imagen especular se adecúe a los significantes del
delirio (…que hermoso sería ser una mujer…) el cual significantiza el
goce incorporado en esa imagen.
Tener en cuenta estas presentaciones puede permitirnos
encontrar formas más sutiles cuando aún el sujeto no ha enloquecido o cuando
estamos ante una clínica pobre u oligo-sintomáticas como la llama Wolfgang
Blankenburg.
Tal como adelanté al principio de este escrito, el
psicoanalista italiano Doménico Cosenza incluye este problema al abordar la anorexia
mental. Dentro de su tesis ya mencionada, el rechazo como defensa, refiere al rechazo
de la imagen del cuerpo en el espejo: fracaso parcial del estadio del espejo y
defensa frente al retorno de lo real en anamorfosis. Incluye la
dismorfopercepción de la imagen corporal como un efecto de la perturbación
radical del sujeto anoréxico en relación con la imagen de su cuerpo.
Justamente, el autor retoma los desarrollos lacanianos que hemos considerado,
ubicando este problema en el corazón de la encrucijada estructural del estadio
del espejo. Destaca fundamentalmente, lo que puede venir del Otro como frases o
juicios superyoicos, que inciden de forma letal en la relación del sujeto con
su cuerpo (María), y en este punto, releva el desarrollo de Nieves Soria, quien
considera que se puede ubicar allí un retorno de lo real pulsional rechazado, a
nivel de la imagen anoréxica del cuerpo, por ejemplo, el exceso de grasa. Como
recurso, la anoréxica es empujada al espejo al mismo tiempo que rechaza
reconocer su imagen en él.
Hasta aquí algunas de las diversidades que podemos escuchar
en nuestra clínica, indicios desde los más incipientes, hasta los más
ostentosos, de los problemas en el imaginario que responden a la carencia del
apoyo que la falta le otorga al ser hablante en su existencia.
Referencias de lectura
Cosenza, D. (2013) El muro de la anorexia. España. Gredos.
Lacan, J. (2008) El estadio del espejo como formador de la función del yo [je] tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica. En Escritos 1, pp. 99-106. Argentina. Siglo XXI. Editores. (Comunicación presentada ante el XVI Congreso Internacional de Psicoanálisis, en Zurich, el 17 de julio de 1949)
(2006) El Seminario 10. La angustia. Argentina. Paidós.