Baudelaire escribe lo que ve

  Por Luciano Ducatelli
| Psicoanalista. Miembro de Colegio Estudios Analíticos



| Una pequeña cuestión literaria para pensar la melancolía*

| Desórdenes sensuales, blasfemias y borracheras; un satanismo trasnochado, una galería de monstruos; un decorado macabro de tumbas, brujas, víboras y esqueletos. “Hay, pues, una caricatura afrentosa de una obra de arte impar, un desmerecimiento involuntario en los más, que la ignoran, de una de las operaciones de química y espiritual más asombrosa que haya producido el riquísimo arte de Occidente”. Eso dice, más o menos así, Nydia Lamarque, traductora argentina de Baudelaire quien afirma, en su tarea, haber frecuentado ese mundo subterráneo en el que las escenas y los personajes que miramos diariamente en la clave de la vida cotidiana se hallan mágicamente trasportados a la clave del sueño.

Desde esa maniobra del poeta, cercana a la legalidad del trabajo onírico que Freud supo descubrir, podríamos afirmar que Baudelaire escribe lo que ve; como quien intenta el relato fiel de un sueño. Entonces, el problema o la dificultad, que ha determinado la mirada incomprensiva y desconfiada sobre el escritor, remite a cómo ver en lo que escribe Baudelaire lo que él quisiera que veamos. ¿Cómo activar esas imágenes encriptadas, alegóricas, evocativas, imposibles de pupila a pupila, a partir de lo que leemos en sus poemas?

Epígrafe para un libro condenado, último poema de Las flores del mal, tal vez nos dé una pista. El poeta señala allí un desconcierto poco inocente con que se encuentra el lector, “hipócrita lector”, embriagado de cotidianidad. Y nos advierte:


Si tu retórica no hiciste

con Satán, astuto decano,

¡tíralo! [se refiere al libro] Me leerás en vano,

o creerás que un loco leíste.

Mas si su hechizo no te inmuta,

y el abismo tu mente escruta,

léeme y sabrás amarme, amigo;


Lamarque encuentra una “universal humanidad” en el canto de Las flores del mal, expresada en una especial predilección de Baudelaire por los aspectos desgarrados del ideal de la modernidad en los que el poeta se ve reflejado: Spleen e Ideal. La pobreza, la vejez, lo decadente, la muerte, la carroña, entre otras, alegorizan aquello ante lo cual ningún transeúnte se detiene: “aspectos de la vida ante los cuales los hombres en general y muy en especial los poetas [dice Lamarque] se tapan los ojos y los oídos para mejor negarlos”. Es la ciudad ausente, como señaló María del Rosario Ramírez en el primer encuentro del Seminario: Duelo. Melancolía. Dolor de existir. Lecturas para una clínica de nuestro siglo[1], la ciudad también de Macedonio.

Pero Baudelaire, ese insensible y satánico, sigue por las calles a los avergonzados de existir, a los aterrados por el estruendo de esa ciudad en la que late en lo profundo un malestar, un dolor particular que, como dice Benjamin, el ciudadano conoce los domingos. Baudelaire los contempla al sentarse solos en una plaza a rememorar consigo mismos, los días abolidos de belleza, entusiasmo o juventud. O desde el interior de un café, junto a una mujer que supo amar, se sumerge en ese reverso que lo atrae en “la mirada de tres pobres, un padre con sus dos hijos pequeños” que contemplan el inaccesible paraíso de vasos y garrafas “más grandes que su sed”. Spleen e Ideal, reverso y anverso del capitalismo.

Ante el incesante desencantamiento del mundo, ante el fulgor de las luces del progreso y la modernidad, la realidad descrita por Baudelaire se traduce a un reencantamiento alegórico de las cosas mediante un umbral que sólo el dolor puede alcanzar al evocar todo lo que queda en la sombra. Sus tinieblas no son otra cosa que la sombra de cada luz de la ciudad. Con el Spleen se interpela el Ideal, iluminando lo feo, lo lívido y lo oscuro; ampliando así los dominios de la literatura hacia lo esquivo y huidizo, hacia la porción de realidad que la brillante sociedad moderna pretende sepultar, omitir o desconocer. La alegoría interpela esa pretensión al deslizarse por los márgenes de lo bello e ingresando en las zonas más replegadas por el dolor de existir.

Benjamin, encuentra en Baudelaire el testimonio de un cambio profundo en la experiencia del hombre moderno en su relación con el mundo. Con el avance del capitalismo, no todo se consolidará como experiencia; el estímulo fugaz de la vivencia moderna ya no deja huella, es debilitado y asimilado cada vez de manera accesoria o superficial. Una pérdida fundamental que se manifiesta en el agobio, el tedio del vivir cotidiano. Una melancolía incomprensiblemente conocida. O como escruta Baudelaire:


Tu conoces, lector, el delicado monstruo,

hipócrita lector -mi igual-, ¡hermano mío!

 


Ilustración del artista Odilon Redon perteneciente a la serie Les Fleurs du Mal, inspirada en la obra de Baudelaire.




Referencias de lectura

Baudelaire, C. (1996). Las flores del mal. Buenos Aires: Losada.

Benjamin, W. (2012). El París de Baudelaire. Buenos Aires: Eterna Cadencia.




* Texto escrito y leído en el marco del Seminario 2024 Duelo. Melancolía. Dolor de existir. Lecturas para una clínica de nuestro siglo dictado por María del Rosario Ramírez en Colegio Estudios Analíticos.

[1] Seminario dictado por María del Rosario Ramírez durante 2024 en Colegio Estudios Analíticos.

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