Entre el miedo y la angustia

Por Analía Flores Abellán
Psicoanalista miembro de Colegio Estudios Analíticos



Casi a diario, y referido al contexto de pandemia, se lee o se escucha hablar de miedo y angustia. Se emplean casi indistintamente como si fueran lo mismo, pero no son lo mismo. Al preguntarnos por el miedo y la angustia, recurrimos a Freud, interesado como siempre estuvo en esclarecer la subjetividad y sus manifestaciones. El miedo y la angustia se vinculan con el peligro, la situación de peligro que anima la expectativa es “angustia ante algo” aunque quede indeterminado a qué, y si se trata de poder ubicar este “algo”, vale decir, un objeto cuando es peligroso, a lo producido lo llamamos miedo; cito a Freud: “el uso lingüístico correcto le cambia el nombre [angustia] cuando ha hallado un objeto, sustituyéndolo por el de miedo {Furcht}” (Freud, 1998, p.154)
Las amenazas a nuestro desvalimiento disparan el miedo -el miedo no es zonzo- , pero no podemos pensar en una dotación innata, ya que no hay mayor intrepidez y riesgo en la conducta de los niños por la que debemos velar los adultos. Malinterpretado Freud, quien había advertido que la distinción entre miedo y angustia no alcanza con señalar la presencia de un objeto en el miedo y su ausencia en la angustia, permite a su lector Lacan, continuar la tarea y producir con ella una de sus más importantes creaciones respecto de la angustia y su objeto. El aforismo que es su rúbrica, “la angustia no es sin objeto”, (Lacan, 2006, p. 173) orienta el trabajo analítico sobre ese pilar que hace de la angustia una señal de lo real.
Que el miedo no siempre proviene de un objeto amenazante, realista y objetivo, lleva a Lacan a emplear una referencia literaria, de la que Chéjov es el autor en su cuento Miedos, donde relata que solo en tres momentos de su vida experimentó miedo. La primera situación, los invito a deleitarse con la lectura de la pluma del autor, narra que yendo en un carro tirado por un caballo y acompañado por el hijo de un jardinero de ocho años que dormitaba atrás, atraviesa la apacible geografía que en su descripción, no ociosa, se va tornando más dificultosa al punto de dar con un escarpado sendero que lo obliga a bajar del carro y conducir el caballo hasta divisar la aldea, punto de llegada. Al observar el ancho valle y su aldea dormitante, divisa en la punta del campanario una lucecita que lo inquieta. Conocía el lugar y sabía que era imposible subir al campanario, y en consecuencia explicarse que fuera alguien, o la luna, o un reflejo. Frente a ese fenómeno tan extraño, escribe:
“me dí cuenta que se estaba apoderando de mí el miedo (…) Me embargó el sentimiento de soledad, de angustia y de temor como si me hubieran arrojado contra mi voluntad en ese enorme pozo lleno de tinieblas donde me enfrentaba al campanario que me observaba con su ojo encarnado”. 
Habiendo advertido de esto al muchacho y obtenido de él como respuesta su miedo confesado, lo estrecha en un abrazo y dando un fuerte latigazo al caballo, acelera su huida. “Qué tontería –me decía a mí mismo. Este fenómeno es aterrador porque es inexplicable (…).Todo lo inexplicable es misterioso y por eso mismo aterrador”. El segundo ataque de pavor también tiene por causa algo insignificante y refiere a una vuelta nocturna en una apacible noche después de una amorosa velada:
“todo está en orden pensé yo (…) sentía en el alma silencio, paz y una sensación de bienestar [cuando escuchó un sonido monótono], un sordo fragor se acercaba más y su intensidad aumentaba (…) Inmediatamente apareció en la curva de la vía una enorme mole negra que siguiendo los carriles se dirigía hacia mí (…) en menos de medio minuto la mole desapareció (…) Era un simple vagón de carga. El mismo no representaba nada especial, pero su aparición, sin la locomotora de noche, me pareció asombrosa (…) Y sentí de pronto que estaba muy solo, solo en todo ese enorme espacio; la noche que me pareció huraña, observaba mi rostro y espiaba mis pasos; todos los sonidos, los gritos de los pájaros y el susurro de los árboles me parecieron siniestros, que existían solo para perturbar mi imaginación. Aceleré mis pasos y sin darme cuenta eché a correr como loco, más y más rápido” (Chéjov, 1976).
Cuenta que al encontrar al guardabarreras y preguntarle si había visto el vagón, obtuvo como desganada respuesta que el vagón se había desprendido en una pendiente abrupta y las cadenas no aguantaron. Las del miedo en él, también cedieron con la explicación. El tercer relato refiere a un fuerte miedo, provocado por el encuentro con un perro mientras caminaba por una pradera; era un “terranova” del cual y conociendo la comarca y sus habitantes, no podía explicar de dónde provenía y qué hacía ahí solo y contemplándolo. “Me miraba sin pestañear (…) y bajo la mirada fija de los ojos del perro me sentí de pronto aterrorizado (…) no aguanté más y corrí”. Al llegar a su casa encontró a su huésped, un viejo amigo de quien supo que al venir había extraviado a su “terranova”.
Los comentarios de Lacan a partir del cuento son esclarecedores. Afirma que Chéjov describe situaciones de miedo, no de angustia, pero el relato deja en entredicho que el miedo se suscite por una situación de peligro objetivo; que el miedo es adecuado, es inexacto frente a los pavores de Chéjov: la luz del campanario no constituye una amenaza sino que “remite a lo desconocido de aquello que se manifiesta”; tampoco el vagón es un objeto angustioso, aunque “provoque el desorden de un verdadero pánico” y lo es menos el perro “no es del perro de lo que tiene miedo, es de otra cosa, algo que está detrás del perro” (Lacan, 2006, p.173).
El miedo no resulta respuesta adecuada al preparar para la huida y a pesar de que el autor en las tres situaciones huye, sabemos que en no pocos casos también paraliza y determina comportamientos desorganizados y no acordes al fin. Si la distinción entre el miedo y la angustia no responde al carácter adecuado del primero, tampoco puede establecerse por localizar en el miedo un objeto que sea peligroso, ya que por lo ilustrado en el cuento, se puede admitir que el objeto, aunque provoque miedo no lo es por sí mismo, sino por el fondo de angustia que designa precisamente la falta de un objeto en el cual localizar la causa externa y objetiva. La angustia irrumpe en nuestra subjetividad, el miedo es su expresión objetivada, es decir, puesta en un objeto exterior “¿Qué es lo que advierte al sujeto de que es un peligro, sino el miedo mismo, sino la angustia?” (Lacan, 2006, p.174). Allí cobra sentido reconocer un peligro interno, del que la angustia es señal, permitiendo aislar su función y su cualidad significante. Y cito a Lacan: “[la angustia] es ciertamente, en el texto sintomático de la neurosis, significante”. (2002, p.74).
Para concluir la relación entre miedo y angustia, admitimos con Lacan que la angustia opera, dispara frente a lo real inexplicable, señal que no engaña; pero aunque no sepamos explicar de qué se trata, afirma Assoun que es: “acontecimiento en el cuerpo, si no del cuerpo”, juego de expresiones que sugiere que tampoco somos el cuerpo y que anda solo como un extraño al que habitamos sin explicarnos esos síntomas: “disnea, taquicardia, sudoración y espasmos… o el estrechamiento cardíaco y respiratorio (angustia) que es su signo clínico tangible” ; asimismo aclara que es una situación que se vive pasivamente, la angustia se sufre, pero también activamente ya que algo se agita, incluso para sofocarla como síntoma en las fobias. La fobia es el rostro que adopta la angustia para expresarse enmascarada: “(…) es la forma movilizada de la angustia, es decir, el miedo con un objetivo preciso que evita el espanto y, verdadera proeza, transforma la angustia en rutina”. Al miedo lo llama “angustia maquillada” y al pánico, parafraseando a Freud “una angustia de una magnitud gigantesca, insensata” . (Assoun, 2003)





Referencias
Assoun, P.L., (2003), Introducción, Lección I y II, en Lecciones psicoanalíticas sobre la angustia, Buenos Aires, Nueva Visión, 2003, (pp.10, 15, 37, 38)
Chéjov, A.P., Miedos, CTPAXU (Straji), 1976, Obras completas de Chéjov (30 tomos- Tomo 5), Moscú, 1976, en Michel Sauval, Jacques lacan-Seminario 10- La angustia-Artículos-Miedos-Anton Pávlovich Chéjov, (1886)
Freud, S, (1998), Inhibición, síntoma y angustia, en O.C., Buenos Aires, A.E. volumen 20, (1925-26)
Lacan, J., (2002),  Intervenciones y textos, 1, Buenos Aires, Ediciones Manantial, (1957)
Lacan, J, (2006), El Seminario. Libro 10. La angustia, Buenos Aires, Editorial Paidós, 2004

Entradas populares de este blog

Democracia y sacrificio

Cuando falta la falta: El signo del espejo, “un curioso síntoma”.

Entre el recorrido y la experiencia