La epifanía reina

Por Sergio Nervi 
Analista practicante de Colegio Estudios Analíticos

| La palabra epifanía significa manifestación, aparición o revelación. Aún así, ha dado mucho que hablar a lo largo del tiempo. Los artistas la vinculan con el momento creativo. Yo no busco ¡encuentro! epifanía de inspiración para Picasso. German García plantea que todos los artistas se encuentran con momentos epifánicos sin por eso caer en el romanticismo[1]. Claro, ellos trabajan mientras nosotros los idealizamos. Quizás por eso a sus comentadores les guste insistir con la manija de la musa inspiradora y la epifanía: son románticos.

James Joyce tenía un slogan: Exilio, silencio y astucia, esas eran sus condiciones. El estaba tan metido en su obra que encontraba epifanías por todos lados. Incluso más de un autor considera que toda su obra podría ser una sucesión de epifanías sin fin. Joyce las usa como formas narrativas breves. Tenía por la epifanía una predisposición incondicional que lo movía. Lo corría de cualquier lugar o situación. Una epifanía no puede ser inventada ¡pero debe ser registrada! Es un trozo de realidad. Algo que es lo que es. Cero romanticismo para Joyce, puro materialismo.

Walter Benjamin escribe Epifanías en viajes[2]. Ahí como en Joyce, la epifanía se vincula a experiencias de vida. Un edificio, un comercio o una escalera hacen pareja con el mendigo, un museo o el compromiso político de los huérfanos en Moscú. Grandes o pequeñas, insignificantes o grotescas, las experiencias toman su valor a distancia del reflejo del ideal y cerca de la historia vivida por el sujeto. Benjamin evoca lo que pasa en los viajes cuando uno esta en otro lugar desubicado de lo que conoce, lo familiar. Primera parada: Nápoles. Benjamin pinta un cuadro hecho a la medida del oxímoron: “Ciudad que vive tranquila su barbarie celebra la fiesta de un santo que ha legalizado sus excesos… Se goza del agua potable… En los patios las salidas están enrejadas, los mutilados exhiben sus lesiones y el horror de los transeúntes absortos es su alegría…Todo lo que el extraño anhela, admira y paga es Pompeya: Allí se vuelve irresistible la imitación con yeso de los restos del templo, la colada de lava y la persona piojosa del guía. Lo que incrementa el efecto milagroso de este fetiche es el hecho que la mayoría de los que creen en el, no lo han visto nunca… Fantásticas crónicas de viaje colorearon la ciudad. En realidad gris…La ciudad semeja una roca….Nadie se orienta por el número de las casas. Las referencias no son sencillas...Hay música que va de un lugar a otro; no es melancólica para la corte, sino radiante para las calles…Se evita lo definitivo, lo acuñado. Ninguna situación actual está dada para siempre, ninguna figura pronuncia su “así y no de otra manera”

En fin: “Todo contribuye a quitarle las ganas al burgués. Porque quien no comprenda las formas aquí verá poco”. Nápoles y la escritura de Joyce tienen cosas en común; la porosidad que hace pasar de una forma a otra o de una lengua a otra. Gustan divertirse con el lenguaje. El Nápoles de Benjamin y el texto de Joyce dislocan el sentido único. El sentido fijo del ideal.

Segunda parada: Moscú. “Desde Moscú se aprende más rápido a ver Berlín que Moscú mismo…El resultado más inequívoco de una estadía en Rusia es la nueva óptica que se adquiere…Insta al visitante a escoger su punto de vista...La ciudad: en cuanto se llega hay que retroceder a la infancia. Sobre la gruesa superficie helada de estas calles hay que aprender a caminar de nuevo…cada paso se da sobre un suelo con nombre. Y donde cae uno de estos nombres, la fantasía construye en un abrir y cerrar de ojos todo un barrio alrededor de ese sonido….

Joyce dice del Finnegans Wake que lo puede seguir cualquiera, porque es un método: dislocución, no quitar el sentido, sino dislocar el sentido[3]. Cada paso en el Moscú de Benjamin o en el Finnegans es un nuevo suelo con un nombre, y un paisaje que compone la fantasía a partir del sonido. En otra lengua se juega con la homofonía. 

Los niños en Moscú saben hacer: “Habría que conocer Moscú tan bien como los niños que mendigan. Ellos saben donde una esquina al lado de una puerta de un determinado negocio en el cual a una determinada hora pueden calentarse; saben donde pueden conseguir corteza de pan un día de la semana a determinada hora y donde hay un lugar para dormir. Organizan la clientela de un pastelero o tienen un puesto en una terminal de tranvía. Han hecho de la mendicidad un gran arte con cientos de esquemas y variantes” No gozan del saber como un objeto del que se hace alarde, no se dejan llevar como dice Lacan, por el saber vehículo de goce; lo han vuelto operativo. Como Joyce, construyen un  mundo con su método. Ese es su saber. Quizás la mendicidad, concluye Benjamin, sea solo la consecuencia de una organización inteligente que entre todas las instituciones de Moscú sea la única confiable, la única que sigue manteniendo su lugar sin cambios mientras todo alrededor se desplaza.

Última parada: Formas breves. Miniaturas modernistas o antiformas son el estilo Benjamin. Para él las ciudades extranjeras como las mujeres, son fortalezas quizás solo vulnerables a las lecturas. “París es una gran biblioteca atravesada por el Sena” Benjamin intenta alcanzar la imagen visual por medio de la palabra, la metáfora y la abstracción[4].  Epifanías en viajes.

Freud decía que su anhelo de viajar expresaba también el deseo de escapar a una opresión, semejante a la de tantos adolescentes a huir de sus hogares[5]. Gabriel Levy comentaba sobre el viaje y la investigación que tienen dos figuras canónicas: Edipo y Ulises. Y viajero, es quien conoce otro lugar por haber estado ahí y le es necesario narrarlo[6]. Viaje y narración. Joyce publica la esencia de su método narrativo. El se rebela contra la quietud de la imagen. Todo vibra en su oído. Como los juegos verbales infantiles repite vocales, consonantes y sonoridades; juega con las palabras como materia. “Todas sus notas, borradores, y revisiones testifican el hecho que el texto esta moldeado por elecciones verbales del autor, y una vez puesta esa maquinaria en marcha, no podría controlarla ni liberarse por completo de ella. Quizás Lacan esté en lo cierto cuando habla de Joyce el sinthoma. Incluso podríamos decir que durante unos dieciocho años el escritor fue a la vez creador y criatura de su texto.” [7]

Joyce; método y epifanía fundan hechos que son necesidades por venir, ruedan a la deriva de su propio destino sonoro. 

Joyce y Benjamin: Formas breves. Narraciones modernas de sus vidas/viajes le dicen chau a los especialistas de las buenas formas y los charlatanes finalistas del desarrollo. La vanguardia es así.

La epifanía reina.






[1]German García ¿Joyce estaba loco? Revista Conceptual 2007.
[2]Walter Benjamin Epifanías en viajes. Cuenco de Plata. Bs.As. 2015. Agradezco a María del Rosario Ramírez la recomendación de este texto.
[3]García. op.cit.
[4]Andreas Huyssen en “Las miniaturas modernistas, instantáneas literarias” relevadas en el prologo de “Epifanías en viajes” por Andrea Mancini. op.cit.
[5]Freud “Un trastorno de la memoria en la Acrópolis”. Biblioteca Nueva. Madrid 1975.
[6]Gabriel Levy: Curso anual 2020 La función instrumental del analista. Entorno a la clínica lacaniana. http://colegioestudiosanaliticos.com.ar/para-leer/cursos-clases/
[7]David Hayman: The wake in transit.Cornell University Press.1990. pag.140.

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