Macedonio Fernández: el más-idóneo

Por Dina Llaneza Psicoanalista miembro de Colegio Estudios Analíticos
Por Sebastián Bartel
Psicoanalista miembro de Colegio Estudios Analíticos


| Saltear: Hacer algo discontinuamente sin seguir el orden natural, o saltando y dejando sin hacer parte de ello.

| Hace un tiempo me encontraba en la situación de estar jugando con un niño y frente a la consigna de dibujar una sirena ocurrió un fenómeno tan habitual pero irruptivo que fue imposible pasarlo por alto. Al momento de mostrar nuestra producción yo había dibujado una sirena de mar y él una sirena en un cuartel de bomberos. Esto que puede parecer un simple equívoco despertó la sorpresa de ambos. Sorpresa y risas. De repente se produjo un chiste, a lo cual el niño agrega “dibujamos lo mismo pero diferente”. Obviamente que no se trata de explicar, ni de corregir, ni de especificar mejor la consiga. Su intervención confirma lo que de antemano se sospecha: es lo mismo pero diferente. Como los niños tienen esa hermosa habilidad de llevar las cosas al juego propuso hacer un cuento donde toda la trama de la historia consistía en las dificultades de los personajes frente al significante “sirena”. El resultado final: un absurdo.

Es esta dimensión del malentendido que relevo en tanto estructural, como inherente al lenguaje. Cualquier ilusión comunicativa donde el receptor recibe del emisor un mensaje limpio, con una intención clara, donde se supone que ambos entienden de lo que hablan desemboca en un simple hecho: el “teléfono está descompuesto”.

Esto que irrumpe (como puede irrumpir un lapsus, un fallido, o un síntoma) quiebra el entramado de sentido. Pero no nos confundamos. Un mínimo de sentido es necesario. Nos permite mantener cierto nivel de entendimiento. Pero es a partir de la invención del psicoanálisis que aquello que quedaba descartado del discurso – por considerarlo una mera equivocación – cobra valor. Si la invención de Freud revolucionó al mundo es porque ya no somos amo de nuestros dichos.

Ahora bien, en este sentido la lectura de ciertos autores literarios puede enfrentarnos con esta ficción intencionada que incomoda a cualquier lector tradicional. En definitiva, los escritores están un paso adelante. Se burlan del resto. Ven y ofrecen desde una fina línea periférica esa falta de mesura al momento de aniquilar cualquier intención comunicativa. Siguiendo esta línea, la vanguardia argentina se embandera con el nombre de Macedonio Fernández. ¿Cómo explicar lo que sucede en la mayoría de sus páginas? Sería una tontera explicar lo que elude la explicación. Simplemente esto: es una experiencia de lectura. Inclusive una experiencia difícil de tolerar.

El título “Museo de la novela de la eterna y la niña de dolor la dulce-persona, de-un-amor que no fue sabido” está dedicada al “lector salteado”. Es un quiebre a la tradición literaria que pretende una introducción, nudo y desenlace. Se trata de la “primera novela buena”. Del mismo modo, “Adriana Buenos Aires (última novela mala)” – que considero la novela de Macedonio más ajustada al estándar de escritura – resulta ser una ironía:

“Estímeseme el trabajo que me ha costado no hacer genial a esta novela. Con razón encontré tantos modestos que alegaron falta de talento suficiente para encargarse. Y por cierto que hacer una novela mala en falso es más difícil que hacer la buena en buena.
Y una vez más: que no se las confunda” (Fernández, Museo de la novela de la eterna, pag. 3)

Durante la investigación “Lenguaje y síntoma” dictada por María del Rosario Ramírez en Colegio Estudios Analíticos estuvimos trabajando algunas consideraciones acerca de Joyce y Lacan. María del Rosario relevaba la siguiente cita del seminario aun:

¿Qué ocurre en Joyce? Que el significante viene a rellenar como picadillo al significado. Los significantes encajan unos con otros, se combinan, se aglomeran, se entrechocan – lean Finnegan´s Wake – y se produce así algo que, como significado, puede parecer enigmático, pero es realmente lo más cercano a lo que nosotros los analistas, gracias al discurso analítico, tenemos que leer: el lapsus. Es como lapsus que significa algo, es decir, que puede leerse de una infinidad de maneras distintas. Y precisamente por eso se lee mal, o a trasmano, o no se lee. Sin embargo, esta dimensión del leerse, ¿acaso no basta para demostrar que estamos en el registro del discurso analítico?” (Lacan, 1973, pag. 49)

Podría decirse que tanto en Joyce como en Macedonio hay un estilo literario por fuera de lo estándar*. Esto significa que es un momento de quiebre, de ruptura. De la misma manera que Lacan aclara que el nombre de Joyce “marca una fecha” ya que nunca se había hecho una literatura así, el nombre de Macedonio marca una insignia que – reconociéndolo o no – determina la impronta literaria en la argentina y, por qué no, en la lengua castellana.

Para finalizar: 
“-Amigo, lo veo un poco triste.
  -Si, acabo de publicar un libro de versos y todos me lo han entendido”
(Fernández, Cuadernos de todo y nada, pag. 122)




Notas
*Al respecto, ver Lucchelli, J.P (2007): Macedonio Fernández: Work in progress. En Historia crítica de la literatura argentina. Emecé Editores. Buenos Aires. 2007

Bibliografía:
Fernández, M (1874-1952): Museo de la novela de la eterna. Edición crítica. Ana María Camblong – Adolfo de Obieta. ALLCA XX / UFRJ Editora. Madrid. 1996
Fernández, M (1874-1952) Cuadernos de todo y nada. Corregidor. Buenos Aires. 2014 Lacan, J (1972-1973). El seminario 20: aún. Paidós. Buenos Aires. 2019

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