“En lo de uno, no se está en casa”. Políticas de privacidad

Por Paola Preve
Psicoanalista miembro de Colegio Estudios Analíticos


“Sólo desde el lugar del Otro puede el analista recibir la investidura de la transferencia que lo habilita a desempeñar su papel legítimo en el inconsciente del sujeto, y a tomar allí la palabra en intervenciones adecuadas a una dialéctica cuya particularidad esencial se define por lo privado.”
Jaques Lacan. El psicoanálisis y su enseñanza.


En las circunstancias actuales de cuarentena, el confinamiento en los hogares impone convivencias prolongadas y sin interrupción. Esto hace que tome relevancia la cuestión de la privacidad. Se habla de la privacidad desde distintas perspectivas. Esta situación nos permite preguntarnos: ¿qué es la privacidad?  ¿Qué podemos decir al respecto desde el Psicoanálisis?
En el campo del Psicoanálisis, la privacidad es la condición de posibilidad de la sesión analítica. ¿Cómo se pone en juego la privacidad en lo que actualmente toma la forma de “sesión por videollamada”? Esta modalidad permite una continuidad, y al mismo tiempo evidencia una discontinuidad del dispositivo de las sesiones, tal como lo conocemos.
Algunos pacientes han decidido no continuar con sus entrevistas, y no han aceptado el dispositivo de videollamada, por una “cuestión de privacidad”. El argumento: “no me siento cómodo hablando en un lugar en el que puedan escucharme”, “me incomoda hablar por videollamada” o similares. Son argumentos que ponen de manifiesto el asunto de la privacidad y el de la incomodidad.
La privacidad puede ser abordada desde distintos ámbitos. Se la vincula a la intimidad, con la cual se establecen diferencias. Tiene una historia, ligada al nacimiento de la propiedad privada. Desde el punto de vista legal, la privacidad es tratada como un derecho. En lo social, toma forma en los debates entre lo público y lo privado. Se vuelve política, en las múltiples referencias a las  “políticas de privacidad”, y todos los revuelos que se han armado en torno a la protección de datos en las redes. Es susceptible de intrusiones y amenazas por tratarse de un ámbito reservado, confidencial y secreto.
El problema de la privacidad se le ha presentado a Freud bajo distintas formas. Una es la que menciona en la Interpretación de los sueños, al presentar sus propios sueños y el hecho de exponer sus intimidades y debilidades ante quienes puedan interpretarlas equivocadamente. Freud prioriza su interés investigativo. Lo mismo ocurre cuando se trata de la publicación de los casos para su estudio. El  objetivo no es el de proveer material a los curiosos de las vidas ajenas. Freud habla de la “curiosidad indiscreta”. Aclara que: “Resulta pues, paradójicamente más lícito dar publicidad a los más íntimos secretos de un paciente, por los cuales no es fácil identificarle, que a las circunstancias más inocentes y triviales de su personalidad, de todos conocidas y que le descubrirán en el acto.”
En la primera de las Lecciones introductorias al psicoanálisis, Freud se refiere a los problemas en la enseñanza del Psicoanálisis y a la diferencia de método con la Medicina, donde puede recurrirse a la observación directa, incluso pública, de las dolencias del enfermo. Aclara también que quienes rodean al paciente podrían desconfiar del efecto de las palabras y que por medio de ellas se obtenga algún resultado; y hasta podrían pretender presenciar como oyentes esas conversaciones. Pero Freud es taxativo:
“La conversación que constituye el tratamiento psicoanalítico es absolutamente secreta y no tolera la presencia de una tercera persona.”
Agrega:
Las informaciones imprescindibles para el análisis no las dará más que al médico, y esto únicamente en el caso de que sienta por él una particular ligazón emocional. El paciente enmudecerá en el momento en que al lado del médico surja una tercera persona indiferente. Lo que motiva esta conducta es que aquellas informaciones se refieren a lo más íntimo de su vida anímica, a todo aquello que como persona social independiente tiene que ocultar a los ojos de los demás, y aparte de esto, a todo aquello que ni siquiera querría confesarse a sí mismo.
En otro pasaje, esta vez de Análisis Profano, Freud  se refiere a la asociación libre:
“Todo hombre tiene perfecta consciencia de encerrar en su pensamiento cosas que nunca, o sólo a disgusto, comunicaría a otros. Son éstas sus «intimidades».”
Luego agrega:
Sospecha también, cosa que constituye un gran progreso en el conocimiento psicológico de sí mismo, que existen otras cosas que no quisiera uno confesarse a sí mismo, que se oculta uno a sí propio y que expulsa de su pensamiento en cuanto, por  acaso, aparecen. Quizá llegan incluso a observar el principio de un singular problema psicológico en el hecho de tener que ocultar a su mismo yo un pensamiento propio. Resulta así como si su yo no fuera la unidad que él siempre ha creído y hubiera en él algo distinto que pudiera oponerse a tal yo, y de este modo se le anuncia oscuramente algo como una contradicción entre el yo y una vida anímica más amplia.
Lo que Freud plantea como esa intimidad desconocida para el que habla, es lo que me recordó el término “extimidad”, esa “exterioridad íntima” que Lacan menciona en su seminario sobre La ética del psicoanálisis.  Se trata de una palabra que Lacan inventa: lo éxtimo.  En el seminario De un Otro al otro, la define como “lo que nos es más cercano sin dejar de sernos exterior”. Es un término que construye en referencia al das Ding freudiano y a la función del Nebenmensch, el complejo del semejante. Semejante que Freud tornará prójimo en su Malestar en la cultura. Es  la proximidad del prójimo la que puede ser íntima o intimidante. Cuando el prójimo está demasiado cerca, no es precisamente que se lo ama.
El psicoanalista Jacques-Alain Miller en su curso Extimidad explica que lo éxtimo es una formulación paradójica en la cual lo más próximo, lo más interior, no deja de ser exterior. El análisis es la escena en la que esto se pone en evidencia. Si bien el término extimidad se construye a partir del de intimidad, no es su contrario. Eso supondría la idea de un interior y un exterior claramente establecidos. Tampoco lo éxtimo es claramente un exterior. De lo que se trata es de una intimidad exterior. De la intimidad como “un cuerpo extraño”.
Intimidad viene de latín intimus que es un superlativo, es decir “lo más íntimo”. Es justamente ese “más” el que establece la paradoja, y permite evocar el texto de Freud  Lo siniestro:
La voz alemana «unheimlich» es, sin duda, el antónimo de «heimlich» y de «heimisch» (íntimo, secreto, y familiar, hogareño, doméstico), imponiéndose en consecuencia la deducción de que lo siniestro causa espanto precisamente porque no es conocido, familiar. Pero, naturalmente, no todo lo que es nuevo e insólito es por ello espantoso, de modo que aquella relación no es reversible.
 Lo que me interesa situar es la estructura de lo éxtimo y su  relación con el inconsciente. Una vez definida esa estructura, ¿nos sirve para pensar el dispositivo de las “sesiones” por videollamada como un exterior en el que tenga lugar lo éxtimo?
¿El encuentro por videollamada, tiene valor de sesión? Y en todo caso, ¿cuándo una sesión es una sesión en el sentido analítico del término? ¿Qué define una sesión? Como me ha enseñado el psicoanalista Gabriel Levy, un olvido, el hecho de faltar −si es que así se significa− al encuentro con el analista, puede tener estatuto de sesión.
Entonces, ¿puede haber sesión aunque los cuerpos no se encuentren? Sí, mientras se mantenga una serie, una continuidad en esos encuentros. Se necesita un tiempo segundo, que signifique esa ausencia como falta. Podríamos usar esa misma lógica para el contexto que nos ocupa.  Si el cuerpo falta, falta de algún lugar en el que se espera que esté.
No solo el tiempo se pone en juego en una sesión analítica, sino también el espacio. La sesión tiene lugar, habitualmente, en el consultorio del analista. Pero esta premisa es puesta en suspenso por las circunstancias actuales. Miller dice en  Los usos del lapso que la sesión supone, en su periodicidad, un desplazamiento por parte del analizante, cierta discontinuidad en su vida cotidiana, que incluso puede ser un tanto incómoda. Es eso mismo lo que otorga valor a ese encuentro.
En lo relativo al tiempo,  la sesión corresponde al “tiempo subjetivo del analizante”. Eso supone que analizante y analista no comparten un tiempo común. Miller señala que. “El analista no vive el tiempo del analizante. Está coordinado al tiempo común, al cual el analizante se sustrae durante el lapso de la sesión”. El lapso es un espacio de tiempo. Además tiene la particularidad de compartir con lapsus una misma raíz.
La sesión como lapso articula, en una topología que le es propia, el espacio con el tiempo.
Miller se refiere a la función del analista como motor inmóvil. Función que anima, que hace “mover” al paciente al consultorio. ¿Cómo se produce ese movimiento en cuarentena? Cuando las sesiones continúan, hay un movimiento, pero ¿de qué tipo? Es un movimiento, en mi opinión, que exige salir del ámbito de lo doméstico.
Los que asisten al encuentro virtual, ¿están de entrecasa? ¿Es importante si durante la sesión por videollamada toman mate, se dejan el pijama, o están desaliñados? ¿Irían a la sesión con ese aspecto? ¿Eso importa? ¿Y el diván? ¿Se puede prescindir de él?
Lo que voy pensando es que conviene que el tiempo de la sesión, con su día y horario, represente un exterior al “entrecasa” y a lo que se denomina “encierro por cuarentena”. Sabemos que el encierro, salvo el que priva de forma real el movimiento, es subjetivo.
¿Cómo establecer un exterior que sea equivalente a la sesión analítica?
Retomo la frase del título de este recorrido, que extraje de  Extimidad: “en lo de uno, no se está en casa”. No creo poder agotar lo que la frase dice, pero en principio la frase rompe con la ilusión en la que “en casa” coincide “con lo de uno”.
Los franceses dicen chez moi para referirse al lugar en el que habitan. Miller toma del diccionario francés Robert la definición de intimidad como el lugar en el que “uno se siente como en casa, liberado del mundo exterior” Incluso aparece la idea de “nido mullido”. ¿Y si “la casa” no fuera un nido mullido? En especial cuando la cuarentena obligatoria restringe las salidas, acotando la posibilidad de un exterior. Cuando “lo de uno”, no comporta una unidad, sino más bien es Otro.
El otro punto respecto de la intimidad, es la relación con el analista. Si bien, tal como lo considera Freud, el analista tiene acceso a la intimidad de quien habla, eso no significa que sea un íntimo. Para Miller el analista no es un íntimo, sino que es éxtimo.
Entonces podemos ir situando el modo en que la estructura de lo éxtimo se pone en juego en la sesión analítica. Tanto en la función que toma el analista, como en el caso del que habla, con respecto a lo que él mismo dice. Eso implica que quien va al consultorio del analista va a encontrarse con lo (im)propio.
Volvamos a la cuestión de la privacidad. Alguien que hablaba desde su habitación, y con la incomodidad de que pudiesen escucharlo (comentario recurrente en varios casos) me decía que no estaba seguro de contar con “privacidad acústica”.  Allí aparece la dimensión del intruso, de quien puede escuchar y no debería. De la incómoda proximidad. ¿No es en el mismo momento en el que aparece esa dimensión del otro, que se establece ese momento como privado? Dependerá del caso, de qué tipo de otro u Otro se trate.
No sabemos hasta cuando el aislamiento social acotará el desplazamiento de los cuerpos. Tampoco conocemos los síntomas que puedan producirse a raíz de estos encuentros virtuales con el analista. Lo que sí sabemos es que el movimiento real que el dispositivo de la sesión habilita, va en contra de quedarse, y mucho menos en casa. Solo una pandemia podría poner en suspenso esta situación. Mientras tanto, el deseo por el Psicoanálisis nos permite continuar, en la forma que sea posible.

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