“En lo de uno, no se está en casa”. Políticas de privacidad
Por Paola Preve
Psicoanalista miembro de Colegio Estudios Analíticos
En las
circunstancias actuales de cuarentena, el confinamiento en los hogares impone
convivencias prolongadas y sin interrupción. Esto hace que tome relevancia la
cuestión de la privacidad. Se habla de la privacidad desde distintas
perspectivas. Esta situación nos permite preguntarnos: ¿qué es la
privacidad? ¿Qué podemos decir al
respecto desde el Psicoanálisis?
En el
campo del Psicoanálisis, la privacidad es la condición de posibilidad de la
sesión analítica. ¿Cómo se pone en juego la privacidad en lo que actualmente
toma la forma de “sesión por videollamada”? Esta modalidad permite una
continuidad, y al mismo tiempo evidencia una discontinuidad del dispositivo de
las sesiones, tal como lo conocemos.
Algunos
pacientes han decidido no continuar con sus entrevistas, y no han aceptado el
dispositivo de videollamada, por una “cuestión de privacidad”. El argumento:
“no me siento cómodo hablando en un lugar en el que puedan escucharme”, “me
incomoda hablar por videollamada” o similares. Son argumentos que ponen de manifiesto
el asunto de la privacidad y el de la incomodidad.
La
privacidad puede ser abordada desde distintos ámbitos. Se la vincula a la
intimidad, con la cual se establecen diferencias. Tiene una historia, ligada al
nacimiento de la propiedad privada. Desde el punto de vista legal, la
privacidad es tratada como un derecho. En lo social, toma forma en los debates
entre lo público y lo privado. Se vuelve política, en las múltiples referencias
a las “políticas de privacidad”, y todos
los revuelos que se han armado en torno a la protección de datos en las redes. Es
susceptible de intrusiones y amenazas por tratarse de un ámbito reservado,
confidencial y secreto.
El problema de la privacidad se le ha presentado
a Freud bajo distintas formas. Una es la que menciona en la Interpretación de los sueños, al
presentar sus propios sueños y el hecho de exponer sus intimidades y
debilidades ante quienes puedan interpretarlas equivocadamente. Freud prioriza
su interés investigativo. Lo mismo ocurre cuando se trata de la publicación de
los casos para su estudio. El objetivo
no es el de proveer material a los curiosos de las vidas ajenas. Freud habla de
la “curiosidad indiscreta”. Aclara que: “Resulta pues, paradójicamente más
lícito dar publicidad a los más íntimos secretos de un paciente, por los cuales
no es fácil identificarle, que a las circunstancias más inocentes y triviales
de su personalidad, de todos conocidas y que le descubrirán en el acto.”
En la primera de las Lecciones introductorias al psicoanálisis, Freud se refiere a los
problemas en la enseñanza del Psicoanálisis y a la diferencia de método con la
Medicina, donde puede recurrirse a la observación directa, incluso pública, de
las dolencias del enfermo. Aclara también que quienes rodean al paciente podrían
desconfiar del efecto de las palabras y que por medio de ellas se obtenga algún
resultado; y hasta podrían pretender presenciar como oyentes esas
conversaciones. Pero Freud es taxativo:
“La conversación que constituye el
tratamiento psicoanalítico es absolutamente secreta y no tolera la presencia de
una tercera persona.”
Agrega:
Las informaciones imprescindibles para el
análisis no las dará más que al médico, y esto únicamente en el caso de que
sienta por él una particular ligazón emocional. El paciente enmudecerá en el
momento en que al lado del médico surja una tercera persona indiferente. Lo que
motiva esta conducta es que aquellas informaciones se refieren a lo más íntimo
de su vida anímica, a todo aquello que como persona social independiente tiene
que ocultar a los ojos de los demás, y aparte de esto, a todo aquello que ni siquiera
querría confesarse a sí mismo.
En otro
pasaje, esta vez de Análisis Profano,
Freud se refiere a la asociación libre:
“Todo hombre tiene perfecta consciencia de
encerrar en su pensamiento cosas que nunca, o sólo a disgusto, comunicaría a
otros. Son éstas sus «intimidades».”
Sospecha también, cosa que constituye un gran progreso en el
conocimiento psicológico de sí mismo, que existen otras cosas que no quisiera
uno confesarse a sí mismo, que se
oculta uno a sí propio y que expulsa de su pensamiento en cuanto, por acaso, aparecen. Quizá llegan incluso a
observar el principio de un singular problema psicológico en el hecho de tener
que ocultar a su mismo yo un
pensamiento propio. Resulta así como si su yo
no fuera la unidad que él siempre ha creído y hubiera en él algo distinto que
pudiera oponerse a tal yo, y de este
modo se le anuncia oscuramente algo como una contradicción entre el yo y una vida anímica más amplia.
Lo que
Freud plantea como esa intimidad desconocida para el que habla, es lo que me
recordó el término “extimidad”, esa “exterioridad íntima” que Lacan menciona en
su seminario sobre La ética del
psicoanálisis. Se trata de una
palabra que Lacan inventa: lo éxtimo. En el seminario De un Otro al otro, la
define como “lo que nos es más cercano sin dejar de sernos exterior”. Es un
término que construye en referencia al das
Ding freudiano y a la función del Nebenmensch,
el complejo del semejante. Semejante que Freud tornará prójimo en su Malestar en la cultura. Es la proximidad del prójimo la que puede ser
íntima o intimidante. Cuando el prójimo está demasiado cerca, no es
precisamente que se lo ama.
El
psicoanalista Jacques-Alain Miller en su curso Extimidad explica que lo éxtimo es una formulación paradójica en
la cual lo más próximo, lo más interior, no deja de ser exterior. El análisis
es la escena en la que esto se pone en evidencia. Si bien el término extimidad se construye a partir del de intimidad, no es su contrario. Eso
supondría la idea de un interior y un exterior claramente establecidos. Tampoco
lo éxtimo es claramente un exterior.
De lo que se trata es de una intimidad exterior. De la intimidad como “un
cuerpo extraño”.
Intimidad
viene de latín intimus que es un
superlativo, es decir “lo más íntimo”. Es justamente ese “más” el que establece
la paradoja, y permite evocar el texto de Freud
Lo siniestro:
La voz
alemana «unheimlich» es, sin duda, el
antónimo de «heimlich» y de «heimisch» (íntimo, secreto, y familiar,
hogareño, doméstico), imponiéndose en consecuencia la deducción de que lo
siniestro causa espanto precisamente porque no es conocido, familiar. Pero,
naturalmente, no todo lo que es nuevo e insólito es por ello espantoso, de modo
que aquella relación no es reversible.
Lo que me interesa situar es la estructura de
lo éxtimo y su relación con el
inconsciente. Una vez definida esa estructura, ¿nos sirve para pensar el
dispositivo de las “sesiones” por videollamada como un exterior en el que tenga
lugar lo éxtimo?
¿El
encuentro por videollamada, tiene valor de sesión? Y en todo caso, ¿cuándo una
sesión es una sesión en el sentido analítico del término? ¿Qué define una
sesión? Como me ha enseñado el psicoanalista Gabriel Levy, un olvido, el hecho
de faltar −si es que así se significa− al encuentro con el analista, puede
tener estatuto de sesión.
Entonces,
¿puede haber sesión aunque los cuerpos no se encuentren? Sí, mientras se
mantenga una serie, una continuidad en esos encuentros. Se necesita un tiempo
segundo, que signifique esa ausencia como falta. Podríamos usar esa misma
lógica para el contexto que nos ocupa.
Si el cuerpo falta, falta de algún lugar en el que se espera que esté.
No solo
el tiempo se pone en juego en una sesión analítica, sino también el espacio. La
sesión tiene lugar, habitualmente, en el consultorio del analista. Pero esta
premisa es puesta en suspenso por las circunstancias actuales. Miller dice
en Los
usos del lapso que la sesión supone, en su periodicidad, un desplazamiento
por parte del analizante, cierta discontinuidad en su vida cotidiana, que
incluso puede ser un tanto incómoda. Es eso mismo lo que otorga valor a ese
encuentro.
En lo
relativo al tiempo, la sesión
corresponde al “tiempo subjetivo del analizante”. Eso supone que analizante y
analista no comparten un tiempo común. Miller señala que. “El analista no vive
el tiempo del analizante. Está coordinado al tiempo común, al cual el
analizante se sustrae durante el lapso
de la sesión”. El lapso es un espacio de tiempo. Además tiene la particularidad
de compartir con lapsus una misma
raíz.
La
sesión como lapso articula, en una topología que le es propia, el espacio con
el tiempo.
Miller
se refiere a la función del analista como motor inmóvil. Función que anima, que
hace “mover” al paciente al consultorio. ¿Cómo se produce ese movimiento en
cuarentena? Cuando las sesiones continúan, hay un movimiento, pero ¿de qué
tipo? Es un movimiento, en mi opinión, que exige salir del ámbito de lo
doméstico.
Los que
asisten al encuentro virtual, ¿están de entrecasa? ¿Es importante si durante la
sesión por videollamada toman mate, se dejan el pijama, o están desaliñados?
¿Irían a la sesión con ese aspecto? ¿Eso importa? ¿Y el diván? ¿Se puede
prescindir de él?
Lo que
voy pensando es que conviene que el tiempo de la sesión, con su día y horario,
represente un exterior al “entrecasa” y a lo que se denomina “encierro por
cuarentena”. Sabemos que el encierro, salvo el que priva de forma real el
movimiento, es subjetivo.
¿Cómo
establecer un exterior que sea equivalente a la sesión analítica?
Retomo
la frase del título de este recorrido, que extraje de Extimidad: “en lo de uno, no se está en casa”.
No creo poder agotar lo que la frase dice, pero en principio la frase rompe con
la ilusión en la que “en casa” coincide “con lo de uno”.
Los
franceses dicen chez moi para
referirse al lugar en el que habitan. Miller toma del diccionario francés Robert la definición de intimidad como
el lugar en el que “uno se siente como en casa, liberado del mundo exterior”
Incluso aparece la idea de “nido mullido”. ¿Y si “la casa” no fuera un nido
mullido? En especial cuando la cuarentena obligatoria restringe las salidas,
acotando la posibilidad de un exterior. Cuando “lo de uno”, no comporta una
unidad, sino más bien es Otro.
El otro
punto respecto de la intimidad, es la relación con el analista. Si bien, tal
como lo considera Freud, el analista tiene acceso a la intimidad de quien
habla, eso no significa que sea un íntimo. Para Miller el analista no es un
íntimo, sino que es éxtimo.
Entonces
podemos ir situando el modo en que la estructura de lo éxtimo se pone en juego en la sesión analítica. Tanto en la
función que toma el analista, como en el caso del que habla, con respecto a lo
que él mismo dice. Eso implica que quien va al consultorio del analista va a
encontrarse con lo (im)propio.
Volvamos
a la cuestión de la privacidad. Alguien que hablaba desde su habitación, y con
la incomodidad de que pudiesen escucharlo (comentario recurrente en varios
casos) me decía que no estaba seguro de contar con “privacidad acústica”. Allí aparece la dimensión del intruso, de
quien puede escuchar y no debería. De la incómoda proximidad. ¿No es en el
mismo momento en el que aparece esa dimensión del otro, que se establece ese
momento como privado? Dependerá del caso, de qué tipo de otro u Otro se trate.
No sabemos hasta cuando el aislamiento social
acotará el desplazamiento de los cuerpos. Tampoco conocemos los síntomas que
puedan producirse a raíz de estos encuentros virtuales con el analista. Lo que
sí sabemos es que el movimiento real que el dispositivo de la sesión habilita,
va en contra de quedarse, y mucho menos en casa. Solo una pandemia podría poner
en suspenso esta situación. Mientras tanto, el deseo por el Psicoanálisis nos
permite continuar, en la forma que sea posible.