Freud ya lo sabía

Por Ana Santillán
Psicoanalista miembro de Colegio Estudios Analíticos


“Todo lo sólido se desvanece en el aire; todo lo sagrado es profano, y los hombres, al fin, se ven forzados a considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas”. (1848). 
No terminaban de llegar las primeras noticias que ya estábamos en medio de este peligro. Nada hacía sospechar que las cosas serían tan serias. Era un día como cualquier otro, de principios de año. Desde entonces, estamos en lo incierto. En estos tiempos tan extraños. 
¿Quién pudiera decir cuándo y cómo termina esto? Lo imprevisible es hoy lo evidente. A lo sumo, estamos en un tiempo de ver lo que la irrupción de esta peste va dejando al desnudo. Lo que la irrupción de este real desoculta como verdad, y que en la inercia y en el trajín de las cosas se pierde, se disuelve, se olvida. 
Sin dudas, ha puesto a prueba a la ciencia, y ha puesto al desnudo la ferocidad del capitalismo, que hoy se mide por cantidad de cadáveres en las calles. Ha puesto al desnudo que esa cosa no tiene límites y que, en su avidez siempre insatisfecha, puede llevarse puesto lo que sea. Y lo que sea quiere decir, lo que sea: el agua, el aire, “la corteza de la tierra” y “todo lo que vive en este mundo, incluyéndonos”. 
Marx “sabía que el capitalismo transformaba a velocidades inauditas todo lo que tocaba. Y tocaba todo.”[1] Pero no sabía, todavía, lo que después Lacan pudo develar: la magnitud de su potencia destructiva, cada uno de sus resortes y su fundamento. 
¿Cuál es la trampa mortal que lleva en sí este discurso? (“el más astuto”, entre los discursos; “locamente astuto”, definió Lacan) ¿de qué se trata esa cosa oculta entre los brillos del consumo y los ideales de éxito? ¿cuál es el secreto de este canto de sirenas? ¿de dónde se sostiene esto que pareciera marchar indestructible, por sí mismo y sin final? 
En efecto, Lacan nos enseñó que la permanencia de este discurso radica en que encaja con resortes nodales de la condición humana. Entre ellos: que el hombre puede hacer las cosas para su propio mal sin saberlo. De algo de eso se trata esta rueda endemoniada. 
En El malestar en la civilización, Freud escribió que el hombre no solo puede ser el peor enemigo para el prójimo (esto ya lo sabía Plauto, dos siglos antes de Cristo y Hobbes en 1651: Homo homini lupus) sino que descubrió que el hombre puede llegar a ser el peor enemigo para sí. Puede ser su propio lobo. Freud puso ese secreto a la vista. Hoy, la irrupción de este real vuelve a poner al desnudo el fondo oscuro de la condición humana. Temerás a tu prójimo a ti mismo. 
Solo a la la ingenuidad le cabe un sentimiento de asombro. 





[1] Parafraseando un fragmento del texto de Gabriela Cabezón Cámara “Los elefantes se emborrachan en cuarentena”. Recuperado de : http://www.cck.gob.ar/eventos/los-elefantes-se-emborrachan-en-cuarentena-de-gabriela-cabezon-camara_3836



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