Un shock urbano. Política y circulación de los cuerpos

Por Silvia Conía
Psicoanalista miembro de Colegio Estudios Analíticos


Un organismo imperceptible a la escala humana ha tenido el poder de producir un shock (aludo en este término a Walter Benjamin) en las metrópolis desde las más importantes hasta minúsculos poblados.


Numerosos pensadores contemporáneos lanzan sus reflexiones que funcionan en cuanto trabajo elaborativo, ese al que apelamos ante un no saber, tratar de explicarnos, hacer conjeturas, búsqueda del sentido ante algo que nos sacudió.


La noción foucaultiana de “biopolítica” asoma frecuente. En la Historia de la sexualidad. 1. La voluntad de saber, en el capítulo Derecho de muerte y poder sobre la vida, el autor la define como “lo que hace entrar la vida y sus mecanismos en el dominio de los cálculos explícitos y convierte al poder-saber en un agente de transformación de la vida humana…” Al continuar, aclara que, de todos modos, la vida escapa, sin cesar al sometimiento de las técnicas que pretenden dominarla o administrarla. Podríamos considerar que hemos traspasado lo que llama “umbral de modernidad biológica”, esto es, el momento en que la especie entra como apuesta del juego en sus propias estrategias políticas. Entonces, el animal viviente aristotélico, capaz de una existencia política pasó a ser, el llamado, hombre moderno, un animal en cuya política está puesta en entredicho, su vida de ser viviente.


Hasta fines del siglo XVIII, epidemia y hambre eran los dos grandes estragos por los que la muerte hostigaba al hombre, luego, con el desarrollo de la ciencia se da vuelta la presión de lo biológico sobre lo histórico. Se amplía la ilusión de un relativo dominio sobre la vida, que la distancia de la inminencia de la muerte aumente. Efectivamente, hemos asistido al crecimiento de la expectativa de vida, en términos generales, por supuesto, en aquellos favorecidos, que pueden gozar de los progresos de la ciencia.
La irrupción del corona, produjo una fractura real de este pretendido, supuesto e ilusorio dominio.

Una sola certeza pudo adquirir, en poco tiempo, la comunidad científica: la única vacuna con la que se cuenta, por el momento, es la intervención política sobre la circulación de los cuerpos: alejamiento, aislamiento, confinamiento son las palabras que nos penetran diariamente, cual estribillo.

En época de desenfreno del movimiento, con los viajes cada vez más exóticos, como materialización de la idea de un mundo cada vez con menores fronteras, en los términos del pensador italiano Franco Berardi: “convulsiones del cuerpo planetario”, la táctica para escaparle, una vez más, a la muerte, es, esta vez, detenerse, ralentizar los movimientos.

Es de pública lectura los debates sobre los efectos que esto tendrá sobre lo social, sobre el capitalismo, sobre los hombres, durante “Years and years” (serie inglesa altamente recomendable para estos días). Todo está por verse: ¿será un golpe a lo Kill Bill el que recibirá el capitalismo, como plantea Slavoj Zizek, o, por el contrario, según el croata Srecko Horvat, ¿crea el ambiente perfecto para su permanencia?, quizá bajo una figura más peligrosa, dada la facilitación de una ideología de purificación de las poblaciones, ya que esta especie viral, viene a darle la razón a los hermanos Coen: “No es país para viejos”, según otras traducciones:  “No es país para débiles”. Lo podemos extender y parafrasear: No es un mundo para débiles ni viejos.

Ahora bien, este acontecimiento, devela verdades. Ya, en los años ’20 en su famoso “Malestar en la cultura”, Sigmund Freud nos despertaba: Siempre estamos sometidos a fuentes de sufrimientos: desde el mundo exterior que se abate con sus furias sobre nosotros con fuerzas hiperpotentes, despiadadas y destructoras; desde el cuerpo propio, destinado a la ruina y la disolución y desde los vínculos con otros seres humanos.
 Oh!, mi cuerpo y los otros, podemos alojar el mal, encarnado ahora en esta microfigura con nombre soberano.

En 1975, en Estados Unidos, Jacques Lacan, retoma al profesor Freud; el psicoanálisis es una epidemia, Jacques Alain Miller, lo esclarece en “Un esfuerzo de poesía”: como epidemia establece un nuevo orden discursivo, instala lazos sociales entre los seres hablantes e instaura, un nuevo régimen de la relación con el cuerpo y con el modo de gozar.
Incomparable, la epidemia psicoanalítica, nos permite aliviar el sufrimiento, ésta, la biológica, exige y fuerza a nuevos modos de relación con el cuerpo y con el goce en contrapunto con aquella.

Como psicoanalista, no puedo eludir entonces mis reflexiones sobre los efectos sobre esta intervención política. Efectos amplios y singulares.
Hay preocupaciones por ese vel que Lacan, allá por 1964 nos planteó: ¡la bolsa o la vida!, si elijo la bolsa pierdo las dos, pero si elijo la vida, será una vida cercenada. En los términos del pensador italiano Franco Berardi, esto anunciaría una de las mutaciones de la pandemia, en una posición escéptica respecto de las posibilidades de pensar la frugalidad y de disociar el placer del consumo. Vale la pena, por su actualidad, en este punto, revisar La parte maldita de Georges Bataille, en cuanto a los gastos improductivos, la noción de lujo y su relación al sacrificio.
Pero tanto la circulación, como la detención de los cuerpos, plantean problemas en la economía libidinal.
La reacción en prima facie: penar por el distanciamiento de los seres queridos, amigos, familia.  Luego, inquietud por la continuidad de los trabajos, quienes los tienen, y quienes no, los modos de supervivencia.
Todo se ha convertido en una tensión entre la vida online y offline. Aquí Berardi alude a un libro aún en borrador, de Jess Henderson que parece que eleva a noción filosófica estos términos.
El corona ha forzado a un extremo el adelgazamiento del contacto físico que había comenzado en la era del SIDA, con el gran desarrollo de la Internet como lanzamiento de plataformas de comunicación sin contacto; ahora, se pregunta Berardi, ¿estaremos confinados a una vida únicamente conectiva?

¿Cómo mantener algunas prácticas singularmente vitales para cada uno que implican la reunión con otros?

Revisité un texto que tenía olvidado de Paolo Virno, Gramática de la multitud. Para un análisis de las formas de vida contemporáneas, quien retoma la noción de shock urbano de Benjamin de donde tomé el título, y formula una serie de “tonalidades emotivas de la multitud”, en ciertos contextos de la experiencia, como el trabajo, el ocio, los afectos, y la política. Destaca dos, el oportunismo y el cinismo. Dos nociones con mala fama que intenta despegar del tono moral que convocan en la inmediatez.
Por el momento, tomo solo la primera.
El oportunismo plantea, ante un cambio abrupto y repentino, enfrentar el flujo de posibilidades que se tienen disponibles, estar atentos a las eventualidades, sumar la posibilidad que se tiene más cerca y cambiar rápidamente hacia otra si conviene más. Definición estructural y no moralista. Agudizar la sensibilidad por las chances cambiantes, “una disciplina para manejarse en el caleidoscopio de las oportunidades, una íntima relación con lo posible en cuanto tal”.
Una capacidad de moverse con destreza.
Si bien, adhiero a este aspecto conveniente y necesario, pienso que el inconsciente astuto capitalista, puede usufructuar hasta, un punto no calculable, este oportunismo, provocando ciertas transformaciones con efectos a considerar, por ejemplo, en algo que, como analistas nos compete: las mutaciones de una vida online en la práctica del psicoanálisis.

Luego, el forzamiento al aislamiento, puede, satisfacer al fantasma del peligro estructural con el prójimo y lo próximo. Es decir, habrá quienes este nuevo orden social calzará con su neurosis.
Pero, también, se plantea un oxímoron, ya que el aislamiento fuerza al encuentro, y a veces, con aquel que sólo es tolerable por la posibilidad de su ausencia, así lo pensó Paul Preciado en La conjura de los perdedores, a la salida de su infección. ¿Cómo sostener el deseo, obstaculizada la degradación de la vida amorosa, si el partenaire clandestino quedó del otro lado del muro?

Para terminar, muchas cosas están cambiando y cambiarán. Un nuevo orden social, económico, mejor o peor, pero hay algo irreductible y que al atravesar la experiencia de un análisis nos deja no incautos: la vida es transitoria, somos transitorios. Una vez más, el genio de Freud: la transitoriedad, le da un gran valor a la escasez en el tiempo. La restricción en la posibilidad del goce lo torna más apreciable. No conviene esperar que un virus lo recuerde.

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