Un
organismo imperceptible a la escala humana ha tenido el poder de producir un
shock (aludo en este término a Walter Benjamin) en las metrópolis desde las más
importantes hasta minúsculos poblados.
Numerosos
pensadores contemporáneos lanzan sus reflexiones que funcionan en cuanto
trabajo elaborativo, ese al que apelamos ante un no saber, tratar de
explicarnos, hacer conjeturas, búsqueda del sentido ante algo que nos sacudió.
La
noción foucaultiana de “biopolítica” asoma frecuente. En la Historia de la sexualidad. 1. La voluntad de
saber, en el capítulo Derecho de muerte y poder sobre la vida, el autor la
define como “lo que hace entrar la vida y
sus mecanismos en el dominio de los cálculos explícitos y convierte al
poder-saber en un agente de transformación de la vida humana…” Al
continuar, aclara que, de todos modos, la vida escapa, sin cesar al
sometimiento de las técnicas que pretenden dominarla o administrarla. Podríamos
considerar que hemos traspasado lo que llama “umbral de modernidad biológica”, esto es, el momento en que la
especie entra como apuesta del juego en sus propias estrategias políticas.
Entonces, el animal viviente aristotélico, capaz de una existencia política
pasó a ser, el llamado, hombre moderno, un animal en cuya política está puesta
en entredicho, su vida de ser viviente.
Hasta
fines del siglo XVIII, epidemia y hambre eran los dos grandes estragos por los
que la muerte hostigaba al hombre, luego, con el desarrollo de la ciencia se da
vuelta la presión de lo biológico sobre lo histórico. Se amplía la ilusión de
un relativo dominio sobre la vida, que la distancia de la inminencia de la
muerte aumente. Efectivamente, hemos asistido al crecimiento de la expectativa
de vida, en términos generales, por supuesto, en aquellos favorecidos, que
pueden gozar de los progresos de la ciencia.
La
irrupción del corona, produjo una fractura real de este pretendido, supuesto e
ilusorio dominio.
Una
sola certeza pudo adquirir, en poco tiempo, la comunidad científica: la única
vacuna con la que se cuenta, por el momento, es la intervención política sobre
la circulación de los cuerpos: alejamiento, aislamiento, confinamiento son las
palabras que nos penetran diariamente, cual estribillo.
En
época de desenfreno del movimiento, con los viajes cada vez más exóticos, como
materialización de la idea de un mundo cada vez con menores fronteras, en los
términos del pensador italiano Franco Berardi: “convulsiones del cuerpo planetario”, la táctica para escaparle,
una vez más, a la muerte, es, esta vez, detenerse, ralentizar los movimientos.
Es de
pública lectura los debates sobre los efectos que esto tendrá sobre lo social,
sobre el capitalismo, sobre los hombres, durante “Years and years” (serie inglesa altamente recomendable para estos días). Todo está por verse: ¿será un golpe a lo Kill
Bill el que recibirá el capitalismo, como plantea Slavoj Zizek, o, por el
contrario, según el croata Srecko Horvat, ¿crea el ambiente perfecto para su
permanencia?, quizá bajo una figura más peligrosa, dada la facilitación de una
ideología de purificación de las poblaciones, ya que esta especie viral, viene
a darle la razón a los hermanos Coen: “No
es país para viejos”, según otras traducciones: “No es
país para débiles”. Lo podemos
extender y parafrasear: No es un
mundo para débiles ni viejos.
Ahora
bien, este acontecimiento, devela verdades. Ya, en los años ’20 en su famoso “Malestar en la cultura”, Sigmund Freud
nos despertaba: Siempre estamos sometidos a fuentes de sufrimientos: desde el
mundo exterior que se abate con sus furias sobre nosotros con fuerzas
hiperpotentes, despiadadas y destructoras; desde el cuerpo propio, destinado a
la ruina y la disolución y desde los vínculos con otros seres humanos.
Oh!, mi cuerpo y los otros, podemos alojar el
mal, encarnado ahora en esta microfigura con nombre soberano.
En
1975, en Estados Unidos, Jacques Lacan, retoma al profesor Freud; el
psicoanálisis es una epidemia, Jacques Alain Miller, lo esclarece en “Un esfuerzo de poesía”: como epidemia
establece un nuevo orden discursivo, instala lazos sociales entre los seres
hablantes e instaura, un nuevo régimen de la relación con el cuerpo y con el
modo de gozar.
Incomparable,
la epidemia psicoanalítica, nos permite aliviar el sufrimiento, ésta, la
biológica, exige y fuerza a nuevos modos de relación con el cuerpo y con el
goce en contrapunto con aquella.
Como
psicoanalista, no puedo eludir entonces mis reflexiones sobre los efectos sobre
esta intervención política. Efectos amplios y singulares.
Hay
preocupaciones por ese vel que Lacan, allá por 1964 nos planteó: ¡la bolsa o la
vida!, si elijo la bolsa pierdo las dos, pero si elijo la vida, será una vida
cercenada. En los términos del pensador italiano Franco Berardi, esto
anunciaría una de las mutaciones de la pandemia, en una posición escéptica
respecto de las posibilidades de pensar la frugalidad y de disociar el placer
del consumo. Vale la pena, por su actualidad, en este punto, revisar La parte maldita de Georges Bataille, en
cuanto a los gastos improductivos, la noción de lujo y su relación al
sacrificio.
Pero
tanto la circulación, como la detención de los cuerpos, plantean problemas en
la economía libidinal.
La
reacción en prima facie: penar por el distanciamiento de los seres queridos,
amigos, familia. Luego, inquietud por la
continuidad de los trabajos, quienes los tienen, y quienes no, los modos de
supervivencia.
Todo
se ha convertido en una tensión entre la vida
online y offline. Aquí Berardi alude a un libro aún en borrador, de Jess
Henderson que parece que eleva a noción filosófica estos términos.
El
corona ha forzado a un extremo el adelgazamiento
del contacto físico que había comenzado en la era del SIDA, con el gran
desarrollo de la Internet como lanzamiento de plataformas de comunicación sin contacto;
ahora, se pregunta Berardi, ¿estaremos confinados a una vida únicamente
conectiva?
¿Cómo
mantener algunas prácticas singularmente vitales para cada uno que implican la
reunión con otros?
Revisité
un texto que tenía olvidado de Paolo Virno, Gramática
de la multitud. Para un análisis de las formas de vida contemporáneas, quien
retoma la noción de shock urbano de Benjamin de donde tomé el título, y formula
una serie de “tonalidades emotivas de la
multitud”, en ciertos contextos de la experiencia, como el trabajo, el
ocio, los afectos, y la política. Destaca dos, el oportunismo y el cinismo. Dos nociones con mala fama que intenta
despegar del tono moral que convocan en la inmediatez.
Por
el momento, tomo solo la primera.
El oportunismo plantea, ante un cambio
abrupto y repentino, enfrentar el flujo de posibilidades que se tienen
disponibles, estar atentos a las eventualidades, sumar la posibilidad que se
tiene más cerca y cambiar rápidamente hacia otra si conviene más. Definición
estructural y no moralista. Agudizar la sensibilidad por las chances
cambiantes, “una disciplina para
manejarse en el caleidoscopio de las oportunidades, una íntima relación con lo
posible en cuanto tal”.
Una
capacidad de moverse con destreza.
Si
bien, adhiero a este aspecto conveniente y necesario, pienso que el
inconsciente astuto capitalista, puede usufructuar hasta, un punto no
calculable, este oportunismo, provocando ciertas transformaciones con efectos a
considerar, por ejemplo, en algo que, como analistas nos compete: las
mutaciones de una vida online en la práctica del psicoanálisis.
Luego,
el forzamiento al aislamiento, puede, satisfacer al fantasma del peligro
estructural con el prójimo y lo próximo. Es decir, habrá quienes este nuevo
orden social calzará con su neurosis.
Pero,
también, se plantea un oxímoron, ya que el aislamiento fuerza al encuentro, y a
veces, con aquel que sólo es tolerable por la posibilidad de su ausencia, así
lo pensó Paul Preciado en La conjura de
los perdedores, a la salida de su infección. ¿Cómo sostener el deseo,
obstaculizada la degradación de la vida amorosa, si el partenaire clandestino
quedó del otro lado del muro?
Para terminar, muchas cosas están cambiando y
cambiarán. Un nuevo orden social, económico, mejor o peor, pero hay algo
irreductible y que al atravesar la experiencia de un análisis nos deja no
incautos: la vida es transitoria, somos transitorios. Una vez más, el genio de
Freud: la transitoriedad, le da un gran valor a la escasez en el tiempo. La
restricción en la posibilidad del goce lo torna más apreciable. No conviene
esperar que un virus lo recuerde.