Pandemiocracia. Cuerpo, tecnología y discursividad
Por Luciano Ducatelli
Psicoanalista miembro de Colegio Estudios Analíticos
No
es distopía literaria. No podría nunca ser, tampoco, exacto. Solo es por
aproximación, un acercamiento a algo que resiste ser llamado realidad.
Hace
meses el mundo se detuvo. Se tomó un respiro y sus sistemas dieron lugar a un
gobierno único y particular: una pandemiocracia azota el planeta entero. El
mejor testimonio de eso, más que lo certero de la amenaza, es la necesidad del
control de los cuerpos, en consenso. Una medida primitiva comparada con la
jactancia del avance de la ciencia y la tecnología. Pero su razón (ya se
encargaron de explicarla) se debe a la inexistencia de un sistema de salud
capaz de atender un gran porcentaje de infectados al mismo tiempo. El colapso
lo venimos viendo en Italia, España, Nueva York...
A su vez, un atisbo ficcional proyecta, entre otras cosas, un acelerado reemplazo de los medios analógicos por los digitales. El uso que se esperaba de las nuevas tecnologías de la información para dentro de diez años se instaló en lo que concluye un relámpago. En la práctica analítica, lo continuo de los cuerpos se ve apremiado por lo discreto del pixel y del bit. Las palabras se trituran, por momentos, en espasmos holográmicos. La ortopedia nos ofrece una cándida aurora, un espectro incandescente. “¿El mejor de todos los mundos posibles?”
Quizás, los grandes cambios del orden mundial siempre estén a la espera de eventos como este. O tal vez, tampoco haya semejante cambio; aún no lo sabemos. Así y todo, por el momento, el cálido espanto que se percibe desde el consenso y la pantalla, ese extraño “body count” desde el aislamiento, esas cifras que cavan un vacío en la tierra y que todos hemos visto; así y todo, no permiten ubicar aún la marca de una pérdida.
Hay un debate que nos sirve de antesala y se viene dando hace un tiempo en el ámbito de las ciencias sociales y la comunicación. ¿Apocalipsis cultural o continuación de la hominización? Algunos aseguran que la virtualidad, por ejemplo, es una dimensión propia de la realidad y que:
“los planos del mundo físico tienen una continuidad simbólica en lo virtual, con variaciones que podríamos señalar en el uso de medios, en este caso los ordenadores y los medios digitales (software). De ahí que, refutando a cierto pensamiento posmoderno que deshabilita la posibilidad de presencia en el espacio virtual, sean posibles nuevas presencialidades y nuevos interaccionismos guiados por la representación del cuerpo.”[2]
Bases de este razonamiento se pueden encontrar en el libro de Pierre Lévy ¿Qué es lo virtual? Acotadamente, puedo decir que, apoyado en la etimología y algunos desarrollos de Gilles Deleuze, el autor argumenta que lo virtual no se opone a lo real sino a lo actual. Del latín virtualis, derivado de virtus, que a su vez quiere decir fuerza, potencia; la idea es la del árbol que está “virtualmente en la semilla”, en potencia. Para este autor lo posible es idéntico a lo real (realidad)… Entonces, percibe los procesos de virtualización, como un devenir antropológico, como un proceso en curso, como parte inevitable de la historia.
La diferencia radica, así, en concebir un discurso como cierto conjunto de enunciados que vienen a explicar una realidad y un discurso en tanto fundador de realidad lo cual supone, siguiendo a Lacan, que “No hay ninguna realidad pre-discursiva”[4]. Estamos, en todo caso, en un buen tiempo para recordar esta diferencia.