Irrupción

Por Héctor Serrano
Psicoanalista miembro de Colegio Estudios Analíticos



Hoy, el APOC* establece el confinamiento de cada uno, necesario para prevenir la propagación colectiva del Coronavirus.
El encierro es correlativo al goce subjetivo de la mortificación. Cuando un hecho colectivo como este, inesperado, impensado, irrumpe, puede desencadenar un ilimitado campo de fenómenos subjetivos.
La irrupción es acto, presenta nuestra inconsistencia de modo súbito y la fragilidad de nuestra vida individual y colectiva se hace presente.
La dimensión de “mundial” del fenómeno de la pandemia es objeto de un sin número de teorías y reflexiones generales. Pensadores, filósofos, teóricos de las ciencias sociales y de distintas ramas del saber describen de forma muy escrutadora las causas, efectos y alcances.
¿Cómo este exceso de cosas podría entrar en un relato, sin elevarnos a una consideración panóptica, globalista del fenómeno que borra los inconscientes particulares?
En los artículos que he leído hay un apetito de significantización, de establecer causa y efectos de esta pandemia.
Una intención marcada en este ser de ocasión, el virus, no del todo vivo ni muerto, que se extiende astuto bajo la forma contagiosa.
Virus justiciero para algunos que consideran la depredación que el hombre hace de lo natural o por la intención velada de algunos por el totalitarismo como respuesta ordenadora del caos social. La conmoción que muchas veces dio lugar al totalitarismo esta vez no falta:
el modelo es china que convertirá su estado de vigilante digital en una mercancía.
Sabemos que si bien es mundial no por eso deja de ser singular a cada región en su naturaleza y en su forma de impactar en cada particular.
El psicoanálisis se constituye como ciencia de lo particular, de lo íntimo. Lo particular no se deja reducir a la universalización. La reflexión general a escala planetaria se le escapa, no es su terreno. Es mejor la filosofía para esgrimir cosmovisiones y la literatura se acerca más a aquello de lo que nos ocupamos por la intención de ir más allá que las verdades consensuadas.
No hay nadie que viva como otro esto que vivimos, que diga lo que pasa del mismo modo. ¿Qué es lo común entonces? Veamos: es común la colectividad de la que somos parte. Es común que nadie sabía que esto iba a ocurrir. Y es común que nadie sabe como esto va a terminar.
Está claro que no se sabe a ciencia cierta cómo dejar de temer lo peor y cuál es la magnitud potencial del desastre prevenido.
La referencia de las informaciones, la de un reporte diario que sigue la evolución de la pandemia nos permite una cierta barrera frente a la angustia dando una medida del peligro.
Del mismo modo alimenta expectativas angustiosas frente al futuro.
¿En qué medida la práctica del análisis da una posibilidad de sobrellevar esto que hoy vivimos? Respondo: en la medida que permite aislar, tender una línea entre la captación de lo frágil de nuestra existencia y el punto donde esto mismo se presta a una satisfacción mortífera, alienante.
El encierro subjetivo tiene por condición esto último. ¿Cómo nombrar la ductilidad de un sujeto para reinventar una manera de enfrentar las cosas, de responder a lo que irrumpe de modo contingente? Nombremos real a aquello que irrumpe, no el real que insiste repetitivamente, sino un real no susceptible de aprendizaje previo, que no se ordena sin la mediación de alguna invención.
Insisto: frente al carácter inesperado de su aparición no hay un aprendizaje previo, hay acto de invención. Aquello por fuera de ser imaginado, toma la escena actual. La actualidad deja de ser telón de fondo, es la figura patente que no rodea.
Lo contingente hace irrupción, la irrupción, agujero.
Deja ver a través, lo que mantenemos alejado, no sin cierta liviandad.
En este tiempo que estamos bajo el confinamiento de la cuarentena una analizante cuenta que sueña una sala de cirugía donde el médico le dice de modo oracular que ella debe hoy más que nunca " hacer un nuevo juego”. Su producto inconsciente se ve tocado por la polifonía de los discursos afectados. Asocia. El “nuevo juego” es la cifra donde se aglutina la intimidad de su estrategia, desde el alcohol en gel hasta la recuperación de su hábito de leer pasando por una rutina matinal de ejercicios para la rodilla, no perder su estado, su pasión por el fútbol. Otra vez, el poder condensador de las formaciones del sueño, su efecto de puerta, de apertura al encierro de magullaciones laberínticas de la vigilia, a la desazón de la voluntad, a la mortificación subjetiva. En el colmo, en la juntura entre aislamiento y encierro, un sueño que abre, que señala un paso posible, que inventa una bisagra de letras para abrir lo que ni siquiera era una puerta. Nada oficiaba de puerta subjetiva hasta que un sueño establece la discontinuidad buscada, una chance. A partir de ahí el significante es el “nuevo juego”. La cirugía del sueño consiste en la operación de metabolizar los distintos hilos significantes del “micelio” y producir la novedad de un juego significante. De un juego que si es nuevo, es hijo de una contingencia, a la cual solo se ajusta fallando, titubeo que tiene una función de búsqueda, garabato preciso con el que el soñante realiza un deseo.
Un sueño es siempre nuevo, aunque se repita. Lo imprevisto, lo contingente, lo que irrumpe, lo que desacomoda, lo que no se espera, está hoy, actual.

* Aislamiento Preventivo Obligatorio por Coronavirus


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